Tal como cuenta su título, la ex bodega Giol fue la más grande del mundo. Una historia única y fascinante que incluye de todo, hasta sangre de toros campeones en sus vinos. Hoy, abierta el turismo, se puede recorrer lo que alguna vez fue.
Su logo, una cabeza de toro, impreso en etiquetas de vinos, toneles, barricas, fachadas e incluso materializado en un gran toro de hierro que se muestra tras las puertas del establecimiento deja ver a las claras que para sus creadores esa imagen era muy importante.
Dicen los descendientes de los fundadores, mientras se realiza una de las visitas guiadas típicas por la bodega, que se agregaba pequeñas gotas de sangre de toros campeones al proceso de fabricación de los vinos que allí se elaboraron durante décadas y que hicieron famosa a la Argentina por todo el mundo.
En el año 1887, Juan Giol y Bautista Gargantini armaron una sociedad para desarrollar la actividad vitivinícola que recién comenzaba en la provincia y compraron algunas pocas hectáreas en Maipú, por considerar que el suelo y la amplitud térmica eran las mejores de la provincia para empezar a fabricar vinos.
Así nació la bodega La Colina de Oro, cuya construcción llevó un par de años y que elaboró sus primeros vinos hacia el año 1898. Pero fue a partir del año 1904 que comenzaron a ver los beneficios de tanto esfuerzo y compraron para anexar a la bodega 7.000 hectáreas de viñas y campos; pasaron así a ser los bodegueros más ricos del país.
La bodega más grande del mundo
Para los festejos del Centenario de la Argentina en 1910, la bodega era considerada la más grande del mundo y la historia de sus hacedores, dos humildes inmigrantes que llegaron para “hacerse la América”, era famosa.
La bodega y los viñedos Giol ocuparon en el corazón de Maipú alrededor de 260 hectáreas. Aún hoy se pueden observar los vestigios de este gigante, entre los que sobresalen su inmensa planta, los piletones donde se separaba el futuro vino del mosto de la uva y los grandes toneles donde se guardaba lo que luego se embotellaría.
Basta con mirar la planta así como está, quieta, en calma, para darnos cuenta de la magnitud de este gigante de la vitivinicultura que durante años tuvo sucursales y centros de distribución a lo largo de todo el país, incluso en Buenos Aires, en el mismísimo barrio de Palermo.
El tonel más hermoso del mundo
La bodega fue construida y reconstruida a medida que aumentaba la producción de vino. Las enormes ganancias de la empresa se invertían en maquinarias, galpones, nuevas viñas, tecnología de punta, inventos, etc. y esto logró que en el año 1911, con la ayuda de la dirección técnica de Tobías Noseda y el contador Iride Marelli, lograran elaborar la mitad de los vinos argentinos.
Hoy, de la gloria de aquellos años quedan vestigios, entre los que se encuentra uno que se conoce cuando durante la visita guiada se comienza a bajar las escaleras para llegar a la parte visceral de lo que fue esta bodega. Se trata de un monumental tonel de roble que durante años fue el lugar de descanso de las mejores cosechas.
El tonel se mantiene en pie y deja ver el trabajo laborioso de herreros y artesanos que dieron vida a una escultura sobre la propia pared del tonel de madera, que deja ver a hombres y mujeres trabajando la uva durante una vendimia, así como el símbolo de la cabeza a ambos lados del tonel. Una obra de arte perfecta que manifiesta lo importante que fue la bodega en la vida de esta ciudad y para el futuro del vino argentino.
El resto de la historia tiene algunos números para tener en cuenta. En su momento de gloria, la bodega producía casi 300.000 hectolitros de vino, contaba con ocho sótanos, mil cubas y toneles de roble, dos piletas para cortes de cuatro mil cascos y 270 cubas de fermentación. Trabajaban allí 400 obreros y operarios, que hicieron sus viviendas en los alrededores de la empresa.
Volver a la vieja patria
En 1911, ya millonario para aquellos años, Bautista Gargantini decidió retirarse de la sociedad y regresar a su pueblo natal. Juan Giol se dispuso a seguir adelante con la dirección industrial y comercial de la empresa, y para ello formó una nueva sociedad con el Banco Español del Río de la Plata. Pero también en 1915, luego de un viaje a Udine, Italia, Giol decidió vender su empresa al banco y regresar definitivamente a su patria.
La historia dice que luego de dificultades financieras y de varias malas cosechas, el Banco Español vendió el 51 % del paquete accionario al estado provincial mendocino y que en el año 1964 la provincia era la dueña total de la bodega. El objetivo de esta compra era la regulación de la vitivinicultura mendocina.