Recorrimos la ruta del vino y conocimos algunas de las bodegas más importantes de la región. Un aprendizaje profundo sobre las variedades y las distintas regiones vitivinícolas de nuestro país. Una experiencia inolvidable para nuestros sentidos.
Estando en Mendoza, es imposible resistir a la tentación de conocer las bodegas que tanta fama le han dado a esta provincia cuyana. Mendoza es uno de los centros productores más importantes de vino en la Argentina. Sus vinos han adquirido un reconocimiento internacional por sus gustos, aromas y colores, pero por sobre todas las cosas por el "malbec".
Para nuestro primer acercamiento a las bodegas, de una manera responsable y sensata, decidimos que lo mejor sería realizar el tour de día completo que la gente de Aventura & Wine tiene desarrollado. Nos prometieron un viaje a través de los sentidos, donde retornaríamos al diálogo ancestral que tuvo el hombre con la tierra. Bajo esta premisa nos dejamos llevar por los caminos de Mendoza, guiados por personas del lugar, en un verdadero tour personalizado.
En la ruta del vino
Partimos de la capital provincial temprano hacia una de las zonas vitivinícolas más importantes de la Argentina: la región de Luján de Cuyo. Eugenia, nuestra guía, nos auguró que sería una excelente jornada para probar los vinos de las bodegas más prestigiosas de la región. “Al finalizar el viaje, habrán obtenido un aprendizaje profundo sobre las variedades y las distintas regiones vitivinícolas de nuestro país”― aseguró nuestra anfitriona.
Durante el viaje, tuvimos la fiel y firme compañía de la cordillera de los Andes, con sus cumbres blancas y sus rocas interminables. “Si fuese pintora, no dejaría de plasmar en un lienzo el paisaje que tengo frente a mis ojos” ― dijo Ana, otra de las guías que también nos llevó en este viaje.
Casi sin darnos cuenta, llegamos a la bodega Tapiz, nuestra primera parada en el camino. Fuimos recibidos por Carolina, quien nos explicó que el vino nace en el viñedo. Poco a poco, la dedicada guía nos fue introduciendo en un mundo totalmente nuevo. Palabras como poda, cosecha, vendimia, roble, fermentación comenzaron a resonar con mayor presencia en mi mente. Luego de la explicación, fuimos invitados a degustar el vino de las barricas y de los tanques. Una experiencia tan gratificante como inolvidable, que a la vez nos transformó en verdaderos “entendidos” en vino.
Blancos, tintos y espumantes
A la hora del almuerzo, paramos en la bodega Ruca Malen, donde nos recibió Mariela con una amplia y amigable sonrisa. Esta pequeña y moderna bodega parece tener alma propia. Visitamos la Cava y supimos que allí se preparan los vinos para una vida más larga, donde el aroma del vino se conjuga con el del roble. Recorriéndola, nos cruzamos con su dueño, Jean Pierre Thibaud, quien fue presidente de Chandon Argentina por 10 años.
Luego nos dirigimos a una sala especial donde nos aguardaba el tan ansiado almuerzo realizado por Lucas, el chef de la bodega. Desde los ventanales del salón tuvimos una hermosa vista del cordón montañoso Del Plata, en plena cordillera de los Andes.
Durante el almuerzo, entendí el maridaje que existe entre el vino y la comida, donde los sabores del primero son los que resaltan.
Una boutique en plena cordillera
Luego de la comida, llegó el momento de marcharnos hacia un nuevo establecimiento. Así, llegamos a “lo del Carmelo Patti”. El único dato que teníamos hasta el momento era que Carmelo es uno de los mejores enólogos de la Argentina y que su bodega pertenece a las denominadas “boutique”.
Mientras degustamos el vino de su bodega, Carmelo se emocionó al hablarnos de su producción como si de su hijo se tratara. Nos describió su nacimiento y los cuidados que tenía en cuenta a medida que iba creciendo, siempre alerta a cada detalle. Ya en las barricas, degustamos un vino más maduro y su increíble Assemblage, un blend de cuatro variedades, que al ser probado despierta increíbles sensaciones. Es difícil describirlo, ¡hay que saborearlo!
Al conocer a Carmelo, cambió mi visión sobre las bodegas. Comprendí que más allá de la tecnología, existe algo irremplazable para elaborar un buen vino: el arte y el amor que le transmite un buen enólogo. Nos despedimos con un abrazo y un definitivo “nos volveremos a ver”.
Ahora, recordando con mi copa en la mano, se presentan ante mí el esfuerzo de la naturaleza, la mano del hombre en cada fruto de la vid, la magnífica cordillera de los Andes y las personas que conocí, quienes hacen que, al tomar el vino, lo haga con una sonrisa en la boca.