Cuenta la historia que de regreso de su viaje al Perú el general José de San Martín descansó en ese mismo lugar donde hoy una plaza le realiza un homenaje. Es interesante conjeturar su estado de ánimo, las palabras que intercambió con el coronel Manuel Olazábal a la sombra de ese manzano y cómo siguieron sus días.
Muchos años después visitamos el lugar en el cual queda un retoño de aquel árbol, rodeado por una plazoleta con acequias y un gran monumento al que se accede gracias a una escalinata de muchos peldaños. En su parte superior, una escultura muestra al Gran Capitán montado en una mula zaina, vestido con un viejo poncho chileno y con un sombrero de paja con ala, un atuendo poco habitual en tan magna figura. Lo acompaña un niño cuyano.
De tanto recibir visitas para rendir homenaje a este manzano, la gente se fue quedando. Es que el lugar cuenta, entre otras cosas, con un microclima propio y con arroyos como Las Pircas y Grande, con lugares apropiados para pasar el día. La vegetación y la cercanía con la cordillera frontal han dado lugar a campings y cabañas. De a poco se fue incorporando una mejor infraestructura de servicios y hasta es posible encontrar algún guía de montaña avezado que acompañe en las salidas con vehículos y equipos apropiados.