Los acontecimientos relatados por viejos pobladores dan cuenta de lo importante que resultaba en tiempos remotos la inauguración de obras turísticas en este pueblo veraniego.
En Ostende existen detalles que muestran cómo fueron sus inicios. Los restos altivos de una vieja rambla construida con materiales nobles aún pueden avistarse y permiten deducir que sus creadores dieron importancia estética a esta ciudad elegante de la costa atlántica.
Mientras paseábamos por el área sur de Ostende, llegamos hasta la costanera y la calle Nuestras Malvinas. Allí se encuentra solo una parte de una obra monumental llevada adelante por iniciativa de un grupo de belgas llegados a la zona a comienzos del 1900. Deseosos de promover un balneario de características europeas en este magnífico lugar, planearon un proyecto de grandes dimensiones.
El proyecto constaba de un trazado innovador de calles, una costanera de gran porte que uniría los balnearios entre sí, con pasarelas de hormigón armado y vestuarios en su parte inferior; grandes escalinatas llegarían hasta la playa misma. En su entorno hubieran edificado varios hoteles de categoría y los accesos necesarios para llegar desde otras ciudades.
Los capitales y materiales para su concreción llegaron desde Europa hasta que se estalló la Primera Guerra Mundial y la planificación se desvaneció. Las obras quedaron truncas y el avance de las dunas, el viento y el agua de mar fueron enterrando lo realizado hasta ese momento. Solo quedó en pie el Hotel Ostende, antes conocido como Thermas Hotel.
Pero los memoriosos del lugar no dejaron la historia así. Antes de terminar el siglo XX se decidió la realización de trabajos de excavación en la arena hasta descubrir lo que hoy vemos. Aún de lejos, se observa la parte superior de la arquitectura de líneas góticas rematadas en adornos piramidales de gran altura. En 1995 se declaró al conjunto Sitio Histórico Municipal.
Todo este relato muestra la determinación de esos hombres que llegaban del otro lado del océano Atlántico. Eran tiempos en que todo se hacía lento y se vencían las distancias con tal de llevar a cabo las acciones.
Parados delante de este signo de poderío, conocido también como Rambla de los Belgas, imaginamos la vista inigualable que ese extenso paseo costero hubiera ofrecido a quienes caminaran por allí. Solo una parte del armazón, unos pocos escalones y dos puntas piramidales de sus pináculos permiten apreciar un hecho emblemático que ocurrió hace algo más de 100 años.