Buceamos en la Capital Nacional de esta actividad en la Argentina: Puerto Madryn. En medio de una diversa fauna submarina descubrimos por qué éste es uno de los destinos más codiciados del mundo para practicar buceo.
Para varias personas la Patagonia comienza debajo del río Colorado, pero para los buceadores, la frontera está dada más allá del río Negro, ya que desde allí hacia el sur, los golfos y las costas atesoran los mejores lugares del litoral atlántico para realizar este deporte.
Estando en Puerto Madryn, meca del buceo argentino por la variedad de propuestas y la calidad del servicio, no dudamos en sumergirnos en sus aguas cristalinas y descubrir un nuevo paraíso submarino.
Los lugares para bucear son múltiples y variados, así como la cantidad de operadores que se dedican a organizar la actividad. Las invitaciones no faltaron, pero como no queríamos gastarlas todas en un solo viaje, decidimos aceptar la de Lobo Larsen y Master Divers, y dejar para otra oportunidad las que nos hicieron Aquatours Buceo, Madryn Buceo, Hydrosport, Botazzi y Golfo Azul.
Realizadas las explicaciones del caso, nos juntamos bien temprano frente al edificio de la Prefectura Naval Argentina con Marcelo Corral y su equipo de colaboradores.
El día comenzó tranquilo. El sol en el horizonte aún teñía de rosa fuerte las aguas del Mar Argentino.
Subidos a la lancha, con un océano ameno y con la camaradería que caracteriza a los buzos, partimos con rumbo hacia donde haríamos nuestra inmersión. El destino fue Punta Cuevas, en el Parque Nuevo de buceo, ubicado frente a las costas del Ecocentro.
Armamos el equipo de buceo, previa revisión de nuestro instructor sobre los dos componentes más críticos del mismo: el tanque y el regulador.
Abandonamos la nave y nos colocamos sobre la balsa flotante. Arrojamos una soga y poco a poco comenzamos a descender. De esta manera nos aseguramos una buena compensación.
Luego de descender diez metros, un mundo nuevo, lleno de vida y de colores se presentó ante nosotros. Rápidamente entendimos el por qué del nombre del lugar donde estábamos buceando: Punta Cuevas.
Este lugar es un muy buen sitio para quienes comienzan a experimentar en la actividad. Está constituido por una formación rocosa natural y pequeña a sólo 200 metros de la playa.
Entre las cuevas y bajo los típicos aleros de las restingas encontramos gran cantidad de peces. Entre ellos los meros, muy confiados, estaban dispuestos a aceptar una cholga de nuestra mano.
La fauna marina de este lugar incluye cocheros, chanchitas, besugos, turcos, salmones anémonas y cangrejos entre los más deseados.
Fue muy divertido observar cómo desaparecían automáticamente las anémonas una vez que las tocaban nuestros dedos.
De pronto, una elástica figura de importante porte se quedo observándonos en el fondo y, casi sin darnos cuenta, se aproximó a gran velocidad. El pequeño susto pasó cuando nos dimos cuenta de que una juguetona cría de lobo marino se dispuso a hacer de las suyas a nuestro alrededor. Luego de unos instantes, pareció cansarse de los extraños visitantes y se fue.
Continuamos buceando, regocijándonos con lo que íbamos descubriendo a cada instante. Es muy difícil describir la sensación que se tiene al bucear en esta agua de bajas temperaturas. Todo es más lento, más brillante, las algas son más verdes y todo se traduce en paz y armonía. El lugar se transforma en un sitio que es difícil dejar.
Luego de 45 minutos de buceo, subimos a la superficie sumamente satisfechos.
Aunque ya era mediodía y un asado espectacular nos estaba esperando en el local comercial, nos rehusábamos a volver a tierra firme. Por eso, Marcelo Corral nos invitó a realizar una nueva excursión de buceo: el naufragio del buque Antonio Mirages, ubicado a 27 mts de profundidad. Pero esa es otra historia…