Una de las estancias más conocidas de la Patagonia abre sus tranqueras para mostrarnos cómo se vive en un establecimiento rural dedicado a la cría de ovinos.
Monte Dinero en Cabo Vírgenes es un establecimiento modelo que ofrece una excelente posibilidad de practicar agroturismo. Hacia allí fuimos en nuestra camioneta, por un duro camino de ripio, con el viento frío como compañero de ruta. Divisamos un conjunto de casas con techo de color verde donde se destacaba el casco principal, con el Estrecho de Magallanes como telón de fondo.
La hostería se llama La Casa Grande y fue el lugar al que nos dirigimos al ingresar para ser recibidos por nuestros anfitriones. Las habitaciones, salones comedor y de estar y el aroma a comida casera que provenía de la cocina nos hicieron sentir como en casa desde el primer instante.
La edificación tiene más de 100 años y combina mobiliario de la primera época con elementos de confort actual. Sus dueños, la familia Fenton, se han dedicado a través de cinco generaciones a la ganadería ovina y se encargan en forma personal de que el desarrollo turístico emprendido anime a los visitantes a participar de las tareas cotidianas de la estancia.
La esquila, la señalada, la clasificación de lanas, los arreos y la inseminación artificial de este organismo modelo tienen lugar en distintos momentos del año y pueden ser observadas por los visitantes. Tuvimos ocasión de disfrutar de un rodeo realizado por perros expertos que, con solo recibir una orden sencilla, logran dominar los movimientos de las ovejas sin molestarlas.
El almuerzo fue sencillo pero gustoso y a base de carnes, verdura y fruta de la estancia. Sacrificamos la clásica siesta patagónica y aceptamos una salida hasta el faro de Cabo Vírgenes en camioneta. La tranquilidad del camino hizo que a los costados aparecieran avutardas, choiques y zorros. Un exquisito chocolate caliente en la confitería Al Fin y al Cabo nos reconfortó y nos permitió seguir con la caminata prevista por la pingüinera.
El nombre “Monte Dinero” se refiere a una pequeña elevación que se encuentra por detrás de la finca y a dos acontecimientos del pasado. Uno se relaciona con los sucesivos naufragios de embarcaciones que intentaban atravesar el Estrecho de Magallanes, con fuertes vientos de la zona en que perdían sus monedas de oro. El otro, con el asentamiento de mineros que se instalaron en busca de arenas auríferas en la zona.
Al regresar a la hostería, todavía nos esperaba otra caminata por las inmediaciones y cuando el sol hizo que buscáramos el abrigo de la estufa a leña del living, llegó la hora del descanso, la charla y la despedida.
Nuevamente, el perfume de la cocina casera anunciaba la cena a quienes se quedaban a pernoctar. Nosotros seguimos nuestro viaje con la promesa de regresar y vivir por más días esta placentera y silenciosa vida del campo patagónico. El contacto con lo rural nos alejó del estrés de la ciudad y dejó nuestras almas en paz.