Los habitantes de Saldungaray siempre supieron que el pueblo comenzó siendo un fortín militar. Hoy, un grupo de jóvenes se encarga de mostrarlo a los visitantes, invitándolos a viajar en el tiempo.
Ser parte de la patrulla
Cuando le contamos que queríamos visitar el fuerte, Maria Clotilde Torrelli levantó el teléfono y en cuestión de minutos dos estudiantes secundarios se convirtieron en voluntarios.
A tan sólo 1 kilómetro del pueblo, unas construcciones de adobe y paja gastada son la prueba de que nada ni nadie es inmune al paso del tiempo. En su interior, es posible encontrar muebles, cuadros, pertenencias y objetos, e incluso un enorme libro diario, que dan cuenta de las actividades que allí se realizaban.
“Un grupo de simples ranchos, pero que guardan una historia única, inimaginable” nos dice Javier antes de entrar. Esta vez le tocó a él, pero todo joven de Saldungaray sabe que cuando se presenta un visitante que quiere recorrer el fuerte, siempre existe un voluntario que oficia de guía.
La vista panorámica que el fortín tiene sobre las barrancas del Sauce Grande nos hace viajar en el tiempo para tratar de entender cómo era todo. Pero para ello, basta con escuchar a alguno de estos jóvenes que forman parte de Las Patrullas Blancas para entender qué sucedió aquí.
Javier explica con entusiasmo que a mediados del siglo XVII, un grupo de aborígenes provenientes de Chile se asentó en lo que hoy son nuestras pampas. Más tarde, se los nombraría como “tribus pampas” y serían las que luego poblarían el sistema de la Ventana. La geografía de las sierras ofrecía un conjunto de características físico-ambientales favorables para el asentamiento humano: agua, leña abundante, buenos pastizales e incluso animales nativos aptos para el consumo.
Y así, una decena de turistas que antes pasaron por la oficina de turismo del pueblo se encuentran ahora nada más ni nada menos que frente a una de las historias más importantes que posee la provincia de Buenos Aires.
En la máquina del tiempo
En 1833, Juan Manuel de Rosas se abrió paso con una nueva Campaña del Desierto por caminos vírgenes para el hombre blanco, pero no para los indios. Abrió un camino uniendo las localidades de Tapalqué, Azul, Sierra de la Ventana y Bahía Blanca. A esto se sumó la construcción de 20 fortines e igual cantidad de postas con vigilancia militar que hicieron que la campaña arrojara resultados más favorables que sus antecesoras.
Una de estas postas construidas por Rosas fue aquélla que se dio en llamar “El Sauce”, por estar ubicada a orillas del río Sauce Grande. Este movimiento dio lugar a la formación de nuevas postas y pasos a lo largo del Sauce así como también de boliches de ramos generales y pulperías. Cuando cayó Rosas, las milicias se debilitaron y el indio otra vez ocupó este lugar.
La batalla de Pavón selló la unión de las provincias argentinas y, en 1862, el fortín volvió a funcionar. El fortín, que pasó a llamarse fortín Pavón, se desactivó entre 1878 y 1879, hasta que Pedro Saldungaray compró las tierras donde estaba asentado. Su hijo, Santiago Saldungaray, le sugirió la formación de un pueblo y así, el 29 de agosto de 1900, se constituyó legalmente dando vida a lo que hoy es Saldungaray.