En el corazón del Delta aparece una casa muy particular dentro de una imponente caja de vidrio. Perteneció a Domingo Faustino Sarmiento, “Padre del aula” en Argentina.
Como un explorador
Maestro rural, periodista, escritor, político y presidente de la República Argentina (1868-74), Domingo Faustino Sarmiento fue un precursor y un visionario del delta que hoy conocemos.
Sarmiento conoció el delta mientras hacia una inspección de la zona como jefe del Departamento de Escuelas, y quedó tan maravillado con lo que allí vio, que decidió organizar un viaje de exploración para incitar a los ciudadanos de Buenos Aires a poblar las maravillosas islas, ríos y arroyos. Esto ocurrió alrededor de 1850.
Desde pequeño, el Delta lo inquietaba. Sus mapas y pinturas le hacían acordar al famoso río Nilo y a los canales de Venecia, que tuvo la suerte de conocer durante sus viajes. La lectura del excelente libro de Marcos Sastre, llamado “El Tempe Argentino” (editado por primera vez en 1858) fue lo que le faltaba para decidirse.
Y fue así que unas 500 personas, entre las que se encontraban sus amigos Bartolomé Mitre y Carlos Pelegrini, partieron rumbo a las islas para “civilizarlas”, como decía él. Luego de las primeras expediciones y de los primeros viajes, los turistas se fueron sumando notablemente y pasaron a convertirse en vecinos. Se delimitaron las parcelas dentro de cada una de las islas y fueron ocupadas por las familias más adineradas de la ciudad de Buenos Aires, para quienes el lugar resultaba un sitio ideal para pasar el fin de semana o para invertir sus ahorros.
La casa del Delta
En 1860, Sarmiento ya tenía su casa en el Delta. Dicen los libros de historia que tomo posesión de su isla disparando al aire simbólicos tiros con su arma de fuego, como hacían los conquistadores estadounidenses a medida que expulsaban a los indios de su territorio.
La llamo “Prócida” por la pequeña isla que se encuentra frente a la ciudad italiana de Nápoles, en el sur de Italia, y construyó dentro de su isla un hermoso puente al que bautizó igual al de la ciudad de Venecia, “Rialto”.
La casa es una pequeña construcción de madera con techo de tejas. Según los historiadores de la casa, entre los que se encuentran María del Carmen Magaz y María Beatriz Arévalo, la planta baja era libre, mientras que la planta alta era donde se encontraba la única habitación que posee la casa. Las paredes, construidas con tablas prefabricadas, nos dan la idea de que se trata de una arquitectura mucho más elaborada de lo que pueda imaginarse a simple vista.
Pero Sarmiento no sólo se dedicó a descansar y a escribir en ella. Durante sus más de 30 años de estadía, ofició de consejero en el armado de otras casas y en la solución de los problemas habituales que la vida del Delta merecía por esos años. Fue él, quien en 1855 plantó la primera vara de mimbre, dando así inicio a la actividad de la que hoy sobreviven la mayoría de los isleños. Trajo además, de uno de sus tantos viajes a Estados Unidos, las primeras semillas de pecanes, hoy la famosa nuez del delta que crece en todas las islas.
El mismo Sarmiento, luego de casi treinta años de vivir en el delta, seguía insistiendo en la lógica de las casas de madera. “Ni piedra ni ladrillos” sintetiza en un artículo titulado “Arquitectura y paisajes isleños” (1885) publicado en uno de los diarios más importantes del momento de la ciudad de Buenos Aires.
“En el Delta, el sauce es el material ideal para la construcción. La novedad introducida en las islas es la casita de madera, la arquitectura americana. Un progreso que deseáramos ver introducido a lo largo de todo nuestro país” afirmaba. Sin embargo, los lujos de la arquitectura europea también llegaron al Delta y le impregnaron el toque de romanticismo y glamour que poco tiene la funcionalidad americana.
Sarmiento murió en 1895. Carlos Delcasse adquirió la casa y luego la donó a una institución de bien público, que a su vez la donó al Consejo Nacional de Educación. En 1966, un decreto del Presidente Illía la declaró como Monumento Histórico Nacional y, gracias a ello, hoy se conserva parecida al resto de las casas madereras del delta. Aunque no hay que olvidar que todas vinieron después de la de Sarmiento.
Hoy, la casa funciona como museo y biblioteca. Según la Municipalidad de Tigre, que se encargó de protegerla con el cristal de las inclemencias de la naturaleza y del paso del tiempo, alrededor de 50 mil personas llegan al lugar todos los fines de semana atraídos por la caja de cristal que brilla desde el horizonte.