Cabalgamos junto al “Tero” Bogani por antiguos senderos que él redescubrió, para unir dos rincones imperdibles de la Villa: el mirador del Belvedere y la cascada Inacayal.
“Desde chico me gustaron los caballos, aunque nunca tuve en la ciudad”, confesó mientras terminaba de ajustar los aperos. El “Tero” Bogani vive en la Patagonia desde 1989 pero tiene el aplomo de los hombres que se criaron en el campo.
Junto a Adriana, llevan adelante las Cabalgatas Correntoso, todo un clásico de la Villa. Esa tarde, íbamos a recorrer el mirador del Belvedere y la cascada Inacayal, un paseo de tres horas y media, ideal para los que no están acostumbrados a montar.
También eran de la partida una familia de Buenos Aires y unos turistas chilenos. El Tero nos elegió a cada uno un caballo y, cuando estuvimos todos listos, emprendimos el camino.
Con paso lento, tomamos la frondosa calle que nos conducía a la cascada. Conocedor de sus pingos, el Tero nos aconsejó que nos distanciáramos porque, si bien son muy dóciles, suelen ponerse mañeros entre ellos. Sombra se llamaba mi caballo, y por un sendero a reparo del fuerte sol veraniego, fuimos subiendo la cuesta sinuosa, poblada de cañas colihues.
En este lugar, a 1000 m.s.n.m, el sotobosque presenta algunos cambios: el canelillo crece como un arbusto y no en forma arbórea, acompañado del maitén chico, coihues y lengas revestidas con “barba de viejo”, un líquen que crece cubriendo ramas y troncos.
El silencio nos hace escuchar los cantos del chucao, las ratonas y rayaditos, además del repique del pájaro carpintero sobre la madera. Antes de llegar, detuvimos la marcha para dejar los caballos y continuar caminando. A poco metros, entre la vegetación descubrimos la cascada Inacayal. Este salto de agua nace en el arroyo Piedritas y luce una magnífica caída de 50 metros que baja por un cañadón de origen glaciario. Bebimos, nos refrescamos un poco en el agua clara y fresca, y sorteamos su curso hasta un mirador para contemplar la vista.
Daban ganas de quedarse, charlando y escuchando el incesante rumor de la cascada. Después de un rato volvimos a los caballos, nuestro guía controló las monturas y retomamos la senda hacia el Belvedere.
El cielo y los bosques de la cordillera
La conexión entre la cascada y el mirador del cerro fue redescubierta por el Tero, que de tanto aprenderse la montaña retomó este viejo sendero. Marchábamos tranquilos por las pendientes pronunciadas, dejando atrás las tierras propiedad de la familia Pascotto para ingresar al Parque Nacional Nahuel Huapi.
Finalmente, alcanzamos el filo y nos detuvimos para contemplar el paisaje. Parafraseando a don Atahualpa Yupanqui, “si hay cielo pa’ el buen caballo” uno de ellos es el cordillerano. Ellos pastoreaban y nosotros, extasiados, admiramos la vista: allá abajo, el lago Correntoso con sus 27km2, unidos por el río del mismo nombre con el espejo del Nahuel Huapi. El Tero nos convida un café y alfajores para acompañar el momento. Me hubiese quedado hasta la caída del sol, pero todavía nos esperaba el mirador principal.
Retomamos la cabalgata por un rato porque cuando empezamos a descender tuvimos que desmontar y llevar cada uno su caballo desde la rienda. Cuesta abajo, con Sombra no tuvimos problemas.
Luego de un breve trayecto, llegamos al punto panorámico del cerro Belvedere. Lejos se levanta el cordón montañoso que limita con Chile donde sobresalen los cerros Macal, Dormilón, Tres Hermanas, Pantojo, Rincón, Titlis y Campana. Más cerca, se extiende el Nahuel Huapi con sus siete brazos, del cual vemos sólo tres: el Machete y el Rincón, privilegiados para la pesca de truchas, además del Última Esperanza.
Rápido se hizo la hora de volver y apuramos el trote por un tupido sendero verde. Nos cruzamos con gente haciendo trekking y otros en mountain bike; nosotros continuábamos nuestro sereno andar. Al presentir la cercanía de la querencia, los caballos respondieron con un galope corto para despedirnos de nuestra cabalgata.
A los chicos les gusta citar una canción de María Bethania que dice “"yo quiero tener la sensación de las cordilleras". Es lo que siente el Tero cuando va en su caballo por la montaña y lo que nos trasmitió cuando compartimos una tarde, cabalgando.