Una forma diferente de recorrer el conocido cerro Bayo: llegamos cabalgando hasta sus miradores más impactantes.
El cerro Bayo ofrece muchas alternativas para realizar cuando no hay nieve en sus laderas. Montados a caballo, salimos a buscar las mejores vistas panorámicas del lugar.
Son pocos los kilómetros que separan el centro de Villa La Angostura de la base del cerro Bayo, donde nos esperaba nuestro guía baqueano. Ahí estaban también los caballos: animales buenos y mansos, acostumbrados a llevar a los visitantes en su recorrido. Nos sentimos inmediatamente seguros, listos para disfrutar la experiencia.
Una vez que estuvo todo listo y la gente reunida, nos subimos a los caballos y emprendimos el camino hacia el sector intermedio del cerro.
Mientras andábamos, el guía nos iba hablando acerca de la flora y la fauna de la región. Sus explicaciones nos permitieron apreciar mejor el lugar que estábamos recorriendo. Supimos, por ejemplo, que las llamadas "barba del diablo", unos hilos verdes que veíamos colgar desde las ramas de los árboles, son un tipo de liquen que solo sobrevive en lugares en los que no hay contaminación. Debíamos aprovechar, pensamos, para aspirar bien hondo ese aire puro.
De pronto nos internamos en un bosque cada vez más frondoso. Estábamos rodeados, nos dijo el guía, por ejemplares centenarios de lengas y coihues. Supimos, también, que el centro de esquí de Cerro Bayo es el único del país que pertenece a manos privadas.
Por entre los árboles, tomamos un sendero zigzagueante que nos llevaba por el faldeo del cerro. En un momento comprendimos que ese sendero funcionaba en invierno como una pista de esquí para principiantes.
En la zona intermedia del Bayo encontramos los medios de elevación del complejo, donde vimos en un momento a un visitante. Un poco después nos topamos con las maquinarias que se usan en invierno para barrer y apelmazar la nieve. Todo esto formaba parte de la estructura del centro de esquí, pero ahora nosotros los disfrutábamos de otra manera.
En un momento el guía nos comentó que hace unos años hubo un gran incendio en la montaña que está frente al cerro. Se quemó una gran cantidad de hectáreas de lengas. Eso era, notamos, parte de lo que estábamos viendo: restos carbonizados de lo que había sido un bosque.
Ya nos encontrábamos a más de 1.500 m.s.n.m. y la vista era impresionante. La cima no estaba tan lejos y los caballos estaban cansados, lo notamos por su respiración.
En pocos minutos llegamos por fin a la cumbre y los caballos tuvieron un respiro: nos bajamos, estiramos las piernas y caminamos por un sendero hacia el mirador. Atrás quedaban ellos pastoreando.
La vista era sorprendente; no lo era menos el silencio y esa extraña sensación de tranquilidad que nos invadía al contemplar todo allá abajo. Nuestra vista se abría sobre el lago Nahuel Huapi, la isla Victoria, la peninsula de Quetrihué. Frente a nosotros teníamos el cerro Tronador con sus nieves eternas, toda Villa La Angostura, hasta el lago Correntoso. Nos entregamos a ese momento único, sin palabras.
Los caballos nos esperaban donde los habíamos dejado. Emprendimos el descenso, ellos contentos por volver a casa, nosotros no tanto. Nos despedimos en la base del cerro y regresamos al hotel.