La pasión de un joven por la cría de perros samoyedos fue el comienzo de esta fascinante experiencia turística: recorrer Moquehue sobre un trineo de nieve.
Gustavo Luna llegó hace unos años a Villa Pehuenia. Desde muy chico conoce a sus perros samoyedos en profundidad y aquí desarrolló su idea de realizar paseos sobre la nieve con ellos.
Así fue como nos dirigimos a Moquehue para encontrar a Gustavo y sus queridos canes. Sus fuertes ladridos nos orientaron hacia el criadero que él muestra con orgullo. En su Hurlingham natal nació su pasión por esta actividad, que heredó de su padre. Cuando tenía solo 7 años organizaba carreras de trineos con ruedas entre los chicos del barrio.
Existen razones de peso para que Gustavo se haya enamorado de esta raza peculiar de perros originarios de Siberia. "Son Spitz Árticos, perros con orgullo. Eran utilizados para pastorear renos, para tirar trineos y en la caza mayor. Amistosos, abiertos, están siempre alerta. Son sociables y tienen una gran fuerza", nos decía Gustavo mientras nos introducíamos donde viven.
Una vez en los boxes de los samoyedos, Gustavo llamó a todos por su nombre y ellos se disputaron su atención. Llegó el momento de armar los trineos, colocar pretales, cogoteras y todos saltaban entusiasmados por la pronta partida, como si fueran los destinatarios del paseo.
Una vez sobre la nieve, se dejaron acariciar el pelo blanco y espeso y en unos cuantos tirones a las cuerdas mostraron su pecho ancho, sinónimo de fortaleza. "¡Mirá, papá, se está riendo!", dijo nuestro hijo más chico ante la "sonrisa de samoyedo" de unos de los "pichichos" más mimosos. La forma y posición de sus ojos en relación con la boca daban esa impresión.
A medida que íbamos ubicándonos en los trineos, fuimos aprendiendo sus nombres. El perro que va al frente es el líder y los últimos, los troncos, los que más fuerza realizan. Como algunos deseábamos aprender a dirigir el trineo, manejamos el deslizador.
¡A pasear se ha dicho!
Partimos lentamente hacia el bosque de araucarias y ñires achaparrados mientras la nieve se abría entre las patas de los samoyedos y el silencio se convertía en sonido por el deslizar de los esquíes. Aprendimos las voces de mando: “shi”: “derecha”; “ja”: “izquierda”; “osh”: “velocidad”; “easy”: “despacio”; y, la más importante, “go”, para arrancar.
Dejamos de preocuparnos por la tarea de los perros para disfrutar del paisaje nevado y de la ruta que estábamos realizando. Cuando llegamos a lo alto de un morro y contemplamos el lago Moquehue, hicimos un alto para descanso de todos. Gustavo aprovechó para contarnos historias del lugar y leyendas de esta actividad.
En el camino de regreso, los perros parecían darse cuenta de que volvían a casa y que tendrían su merecido alimento, por lo que pusieron todo su ímpetu y potencia a nuestro servicio, sin perder la alegría que en todo momento mostraban.
Entre aullidos y ladridos llegamos a destino y unos mates nos despidieron de la familia de Gustavo. Su forma de vivir, su amor por estos animales y el placer que brindan a sus pasajeros dejó en nosotros un sentimiento difícil de olvidar, en especial para nuestros hijos.