El sol es el compañero ideal para estar en contacto con la naturaleza y permite agudizar nuestros sentidos. Una gran variedad de colores, aromas y silencios acompañan el recorrido.
La extensa Patagonia argentina ofrece infinidad de itinerarios turísticos. Pocos dejaron una huella tan profunda en nuestra memoria de viajeros incansables como conocer el Circuito Pehuenia.
Partimos de Villa Pehuenia en nuestro automóvil que, con los caminos de tierra, ya estaba polvoriento. Avanzamos por la costa del lago Aluminé hasta tomar la ruta provincial N° 23 hacia el sur. Luego, en un cruce vial doblamos hacia la derecha por la ruta provincial N° 11 y allí mismo comenzó el romance con ese camino que nos puso en contacto con la naturaleza.
El río Pulmarí acompañó nuestro lento avance hasta la laguna Los Giles, famosa por el avistaje de aves y la pesca con mosca. Más adelante, entre cerros, araucarias y cipreses, encontramos el lago Pulmarí, de costas bajas y aguas transparentes que copiaban el gris/celeste del cielo. Unos patos silvestres y unos cauquenes nadaban hacia los promontorios rocosos que emergen en medio del lago. Aprovechamos la tranquilidad para abrir nuestra canasta de picnic y comer unos sandwiches sobre la costa.
En el mirador Piedra Pintada trepamos hasta el lugar donde los antiguos pobladores dejaron su impronta en grabados sobre la roca. Desde allí observamos el lago, que estaba planchado. El silencio conmovedor era interrumpido apenas por algún graznido de las aves.
El Parque Nacional Lanín nos dio la bienvenida con su clásico cartel de madera y sus senderos cuidados. Allí, mantuvimos una charla muy distendida con el guardaparque del área.
“Muchos visitantes pasan y solo se detienen un rato a contemplar este espacio, pero lo bueno es dedicarle más tiempo para recorrer sus instalaciones y comprender los ciclos de la naturaleza. La comunidad mapuche organizó un sendero interpretativo ameno que permite conocer su visión de la vida y los elementos que la componen”, nos dijo el guardaparque con cierto orgullo en la voz.
Muchos arroyos de deshielo bajan desde lo alto agregando vitalidad y sonido a la zona. La pesca con mosca está permitida y reglamentada. Las caminatas hasta tres atractivas cascadas complementan el área.
Reconocimos algunos árboles de la zona, en especial las araucarias. Algunas son añejas, enormes y con alguna rama caída por el paso del tiempo; otras se ven más jóvenes, brillantes y con sus ramas horizontales muy tiesas. Aprendimos que su fruto es el piñón, especie de almendra que se tuesta o hierve y que ha sido por años el alimento esencial de las poblaciones mapuches de este sector de la cordillera.
A partir del lago Ñorquinco, los bosques de araucarias son más tupidos y sus formas bien definidas se recortan sobre la cresta de la montaña. Teníamos ante nuestra vista las imponentes formaciones rocosas de los cerros Impodi y el farallón Cresta de Gallo.
Cerca del lago Moquehue volvimos a sentir la presencia del hombre por la cantidad de casas de fin de semana, cabañas turísticas y lugares para aprovisionarse a la vera de la ruta. El circuito iba llegando a su fin.
Moquehue nos brindó una nueva sorpresa: el parque temático Las Araucarias. Durante una hora se realiza un recorrido de tres kilómetros por el bosque para develar los misterios de esta especie arbórea milenaria.
Villa Pehuenia nos recibió con sus costas y penínsulas sobre el lago Aluminé. Llegamos al final de la jornada con la sensación de haber transitado uno de los caminos más bellos de la región. Cada uno de nosotros pudo dejarse atrapar por la magia de la naturaleza y disfrutarla a su manera.