"Todas las hojas son del viento ya que él las mueve hasta en la muerte todas las hojas son del viento menos la luz del sol"
Desde Salta, la ruta 68 nos lleva a Cafayate. Un camino que resulta un paraíso por sí mismo. El viento se encargó de moldear las montañas a su antojo, como si fuesen hojas.
A mitad de camino se llega a Alemanía, ubicada a 107 kilómetros de la ciudad capital salteña. Alemanía, como Alemania, pero con acento en la última “í”. Vale la pena hacer un alto para observar lo que quedó de aquellos tiempos en que se respiraba oro y ferrocarril. Desde el pequeño pueblo empieza un paraíso visual propio que tiene como protagonistas principales a los Valles Calchaquíes.
La otra quebrada
La Quebrada del Río Las Conchas comienza a mostrarnos las huellas que dejó el viento, erosionando y dando forma a montañas de colores únicos como si fueran hojas, manipulables, maleables. Vientos inmemoriales las han visitado mucho antes que el hombre.
A medida que el camino comienza a angostarse y a encajonarse, volcándose a un lado y al otro de la quebrada, observamos cómo el hombre ha logrado imponer en la ladera más benigna su forma más simple para comunicarse: un camino, hoy pavimentado. Lo cual no significa que haya sido fácil.
“La Garganta del Diablo” es el primero de los atractivos turísticos que el viento se encargó, y encarga aún hoy, de modelar. Se trata de un verdadero agujero en la pared de una montaña que permite introducirnos en él para contemplar una especie de caverna sin techo. Tan increíble como el eco que dejan nuestras voces en su interior.
Siguiendo la ruta, aparece “El Anfiteatro”, un lugar bellísimo donde el viento también ha logrado traspasar la piedra formando un sitio único donde desde la primera fila es posible observar la magia de la naturaleza.
Luego, la ruta parece abrirse paso entre las montañas y el Río de las Conchas va ganando caudal a medida que avanzamos. En sus aguas claras que no llegan al metro de profundidad es posible observar a los niños pescar con sus redes y lanzas algunos de los grandes sábalos que pretender subir el río.
“El Obelisco” es el próximo accidente geográfico que nos sorprende a nuestro paso. Se trata de una pequeña montaña puntiaguda que tiene una altura no mayor a los cincuenta metros y que llama la atención por su punta erosionada: idéntica a la del mítico obelisco de la ciudad de Buenos Aires, pero con la idiosincrasia particular de este caso, tallada en piedra por la naturaleza.
Un poco más adelante, sobre la mano derecha, es posible observar cómo del otro lado del río se levantan unas enormes construcciones de piedra y terracota que semejan castillos medievales, con sus majestuosas aberturas y vigilantes torres. A sus pies, el río descansa plácido al igual que lo hacían las aguas que de manera circular protegían los alrededores de los castillos.
“El Sapo” es otra de las llamativas figuras naturales que se cruzan en nuestro camino. Se trata de una piedra robusta y grotesca que desde cientos de metros llama la atención de los automovilistas. “Un sapo” es lo primero que se ve, sentado con sus patas hacia delante, con su gran boca y sus ojos desorbitados mirando hacia el cielo.
Kilómetros adelante, las montañas parecen caer estrepitosamente hacia el río, como anunciando un ruido imposible de callar. Allí aparece El Fraile, una formación rocosa que desde lo alto pareciera convocar a misa.
“El Hongo”, no tan llamativa como la figura anterior, muestra cómo el viento y el agua se encargaron de lavar la piedra como si fuera una bocha y cómo su sustento terrenal adoptó la figura de un corto pero resistente tallo, como si se tratara de un jugoso y delicioso champiñón.
Siguiendo la ruta, aparecen “Las Ventanas”, una de las últimas formaciones con las que se encuentra el visitante antes de arribar a la hermosa Cafayate. Permiten ver desde sus aberturas los grandes médanos blancos salpicados por verdes viñedos o el río Colorado corriendo seco a lo largo de su arcilloso y rojizo suelo. El camino ha perdido altura y una larga recta se transforma en un fértil valle al que se ha bautizado como Cafayate.
La vuelta, quizás, nos permita contemplar las mismas figuras pero al atardecer, cuando la misa de las 7 que todas las tardes-noches brinda “El Fraile” nos haga recordar que camino a Cafayate es posible encontrarse con distintas figuras naturales que poseen vida propia aunque a los ojos y oídos humanos sean imperceptibles sus movimientos y sonidos.
"Todas las hojas son del viento
ya que él las mueve hasta en la muerte
todas las hojas son del viento
menos la luz del sol."
(Luis Alberto Spinetta)