En una jineteada, el hombre trata de ajustarse a los movimientos del animal e impedir que lo lance de su monta. Deberá ser ágil en las decisiones para vencer la fuerza del caballo y mostrar su destreza viril.
Finalizaba el verano y el tiempo de “veranada” para la comunidad Milláin Currical del paraje Cajón Chico. La Fiesta del Telar Mapuche era la excusa ideal para “despuntar el vicio” de la jineteada y prepararse para la llegada del invierno. Nos acercamos para vivir esa experiencia.
“...Déjela de ese lao... atráquese a la derecha a ver si se endirieza... ¡aura sí! ¡hasta que se desaugue!”, de Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes. Una y otra vez los apadrinadores colaboraban con su protegido durante la prueba de jineteada. La hombría de los jinetes se jugaba prueba tras prueba.
En el corral, varios potros esperaban su turno para ingresar al campo de jineteada, nerviosos, fuera de su ámbito. A pocos metros, una pareja de pialadores con su lazo preparado esperaban la orden del comisario de campo para entrar en juego.
Un tercer hombre del mismo equipo esperaba que el potro fuera derribado. Con el animal aún en el piso, lo montaba en pelo intentando un breve recorrido que era premiado con gritos y aplausos por parte de la paisanada.
Cada destreza mostraba la lucha desigual entre el hombre y la excelente caballada de distintos pelos, sobre la cual lucieron su arte los jóvenes y los no tan jóvenes.
Entre el sábado y domingo, se sucedieron las jineteadas a crina limpia y bastos con encimera. La cantidad de anotados de las distintas agrupaciones superó las expectativas de los organizadores e hizo que no hubiera casi espera entre las pruebas.
Nosotros nos apostamos en el costado de la cancha de jineteada, cambiando los ángulos de visión para no perder nada de lo que allí se ofrecía. Todo nos sorprendía: lo que se ofrecía en la pista y el paso de la colorida muchedumbre que asistía como público.
Los más chicos también tuvieron su prueba e hicieron emocionar a la platea. Unos veinte niños de entre 3 y 8 años de edad mostraron su habilidad sobre los corderos. “Enhorquetados” sobre su lomo, emulaban a sus mayores arrancando aplausos y risas entre el público.
En cada jineteada bastaban 12 segundos para lograr puntos o perder las esperanzas de ganar. El potro, con sus ojos tapados, se movía inquieto atado al poste mientras el jinete, sus apadrinadores y el comisario de campo hacían el trabajo previo a la prueba.
Cuando se da la señal y se libera al animal es un momento crucial para el jinete. Toma las riendas con su mano izquierda mientras que con la derecha pega con el látigo en el anca del animal. Arqueo del cuerpo hacia atrás y piernas extendidas hacia adelante son la maniobra para soportar el tirón del potro.
Pero no están solos, ya que desde el mangrullo los payadores alientan cada maniobra con sus cantos y letras improvisadas. Hombres acostumbrados a templar la guitarra e ir de pago en pago ofreciendo su arte.
Con fondo de música sureña o chamamé y el aplauso de los presentes, el locutor le ofreció el micrófono a don Celedonio. Hombre mayor y alguna vez lonco de la comunidad, agradeció en su lengua mapuche a los jóvenes por no perder las tradiciones. Emoción y aplausos coronaron sus palabras.
Llegó el momento de la despedida y cuando ya anochecía dejamos la fiesta. Salimos en nuestro auto mientras muchos lo hicieron a caballo. Lento, con la satisfacción de haber vivido una autentica jineteada en un lugar único.