A apenas 110 kilómetros de El Calafate se encuentra el yacimiento del bosque petrificado La Leona, donde nos sumergimos en el pasado y nos encontramos con restos prehistóricos en la superficie de la Patagonia.
Nos despertamos bien temprano para emprender viaje, sabíamos que teníamos un largo camino que recorrer para llegar a la estancia La Leona. Luego de recorrer 33 kilómetros hacia el este por la ruta provincial 5, cambiamos hacia el norte por la ruta nacional 40, unos 67 kilómetros más.
El viaje se hizo largo, pero el paisaje compensaba la espera. Dejando atrás el espléndido valle del río La Leona, junto con el Lago Argentino y el río Santa Cruz, nos sumergíamos en un sendero custodiado por las imponentes montañas.
Al entrar en el hotel La Leona, sentimos que habíamos vuelto atrás en el tiempo. Inmutable, permanece igual desde 1916, cuando funcionaba como bar y almacén manejado por Theodor Baash.
Llegamos a los pies del cerro Los Hornos cerca del mediodía. Los vestigios de las glaciaciones y el viento que golpea la estepa árida crean un paisaje fantástico.
A medida que avanzamos, nos íbamos sorprendiendo con la singular superficie que iba surgía a nuestros pies. Casi de la nada, abriéndose en plena estepa, nos topamos con una gigantesca depresión que abarca cerca de 800 hectáreas.
Estos paisajes, similares a la superficie lunar, se deben a la erosión eólica e hídrica que modificó el suelo a través de los años. Los árboles que sufrieron este fenómeno geológico, junto con otros restos fósiles, forman este imponente yacimiento.
Nos adentramos por un camino angosto en la búsqueda de los troncos petrificados. “El proceso de petrificación realizado por componentes minerales a lo largo de miles de años ha sustituido gradualmente la materia orgánica, pero mantiene su aspecto original”, nos contó el guía mientras avanzábamos. Se calcula que desde su petrificación hasta la actualidad han transcurrido 150 millones de años.
A fines del período Jurásico Medio, la intensa actividad volcánica y la formación de la cordillera de los Andes sepultaron la Patagonia y sus bosques, donde hasta ese momento reinaba el clima cálido y húmedo, para convertirla en lo que es hoy.
A diferencia de los bosques petrificados, los árboles de La Leona fueron empujados tanto por los ríos como por los glaciares hasta el sitio donde se encuentran hoy. Protegidos por las laderas del cerro y gracias al clima extremadamente árido, se conservaron innumerables piezas sobre el terreno, muchas de gran tamaño, que llegan a superar el metro de diámetro.
A mitad de camino, antes de continuar hacia los profundos cañadones, paramos para almorzar y descansar un poco. Sabíamos que aún no habíamos visto lo mejor. Nos sentamos en el suelo seco, rodeados de un paisaje desierto pero rebosante de belleza.
Finalmente, luego de tres horas de caminata, llegamos al núcleo de la quebrada principal, donde nos encontramos con los ejemplares fosilizados. Nos rodeaban antiguos troncos convertidos en piedra y restos de huesos de presuntos animales prehistóricos que aún no han sido estudiados, detenidos en el tiempo, inmóviles por milenios.
Luego de apreciar aquel arcaico paisaje, era hora de volver. Pero sabíamos que no podíamos marcharnos a la ciudad sin antes parar en el Hotel La Leona para degustar un delicioso café y una porción de sus sabrosas tortas.
De vuelta en la ciudad de El Calafate, nos dimos cuenta de que a apenas 110 kilómetros de allí hay un lugar que invita a viajar en el tiempo, que nos sumerge en épocas donde la hermosa Patagonia que nos enamora era muy distinta a como la conocemos.