Piedra Blanca Arriba

A pocas cuadras del centro de Merlo, un antiguo pueblo veraniego vive, reposa y respira aire puro junto a un bosque y un arroyo que le brindan un respiro en los calurosos veranos.

Conocido como lugar de descanso, Piedra Blanca Arriba es reconocido como un rincón ligeramente apartado, para vivir o para vacacionar. Al llegar, hicimos un alto en su clásica plaza de pueblo Leopoldo Lugones, que cuenta con una fuente de agua, altos pinos y edificios representativos a su alrededor.

En sus inmediaciones visitamos la vieja capilla de estilo colonial Nuestra Señora de Fátima, de paredes blancas y estilo muy sencillo, tanto en el exterior como en su nave interior. Se destaca una particular arcada por delante de la puerta principal de madera; por dentro, tanto bancos como altar son de madera sin tallas y al fondo un vitral deja pasar la luz del exterior resaltando la figura de Jesucristo en la cruz.

En una esquina de la plaza funciona la vieja biblioteca pública Santos Agüero, que muestra sus años de vida en sus paredes de adobe. Sobre el piso de la entrada se han pintado con muchos colores algunos tradicionales juegos infantiles: rayuela, ta te ti, payana.

  • La vieja capilla de estilo colonial

    La vieja capilla de estilo colonial

  • Ofrenda a la Pachamama

    Ofrenda a la Pachamama

  • Un antiguo pueblo veraniego

    Un antiguo pueblo veraniego

  • Aire puro junto a un bosque y un arroyo

    Aire puro junto a un bosque y un arroyo

Caminando, nos acercamos a la reserva ecológica El Viejo Molino, lugar donde funcionó un molino harinero hidráulico que molía trigo y maíz, con el que la población se autoabastecía.

Entre una sombra espesa, acequias, viejos algarrobos y espinillos, fuimos recorriendo el predio hasta alcanzar el arroyo Piedra Blanca. El caudal del arroyo depende de las lluvias en las sierras altas y su lecho muestra el arrastre de piedras que producen las crecientes. Al costado, enormes rocas blancas de cuarzo y mica, junto a aguaribay o molles, que dan sombra y protección.

Cuando volvimos al bosque, caminamos sobre las bayas secas del algarrobo, como un colchón suave y tupido que alimenta el suelo. A nuestro paso descubrimos la escultura de tamaño natural que representa a una mujer aborigen acercando su ofrenda a la Pachamama, un túmulo de piedras a modo de altar conocido como apacheta.

Más adelante, una enorme piedra natural ha sido erigida como altar del ceremonial comechingón junto a un círculo realizado con piedras. Según parece, allí se realizaban algunas reuniones de la comunidad para tomar decisiones y desarrollar sus ritos mítico sagrados. Se considera, por lo tanto, un sitio arqueológico de mucho valor.

Dejamos atrás la reserva para seguir caminando por las tranquilas calles aledañas a la plaza y pasamos por varias casas de artesanías, hosterías, piletas, cervecerías y casas de té, con el bullicio propio de la presencia de muchos turistas.

Por una calle lateral, nos paramos frente a una hermosa casa de principios de siglo XX. Hecha de material con una larga galería al frente, tenía un cartel que anunciaba su pertenencia: Villa Altube, año 1929. Imaginamos a esa familia en sus sillones de mimbre tomando el aire fresco sin apuros en ese espacio tan agradable y reparador.

Ese primer encuentro con el pasado nos llevó a seguir encontrando otras casonas de la misma época. Comprobamos que en esta vieja villa de veraneo se instalaron mansiones y grandes casonas y hoteles, con parques, piletas y mucha vegetación.

En medio de robles y pinos, aparecieron unos zorros que curiosos y sin ningún reparo se acercaron a nosotros para pedir algo de comer. ¡Parecía un cuento del bosque!

Después de este paseo entretenido, de descanso y con un aire puro sin igual, dejamos el escondido y cercano paraje para regresar al movimiento incesante de la ciudad.

Autor Mónica Pons Fotografo Eduardo Epifanio

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