Una original y prolija galería de arte cercana al centro de Merlo ofrece obras realizadas con finos metales a través de muchos años de trabajo de su creador.
El Museo Kurteff contiene obras de gran calidad artística, de conocimiento del manejo de los metales y de un sentimiento muy particular que vale la pena apreciar detenidamente.
Encontramos fácilmente la casa donde funciona en Rincón del Este y admiramos su armonía de líneas junto a un jardín que muestra alguna de las obras de Jorge Kurteff, como para ir entrando en tema aun sin ingresar a las salas.
Cuando abrimos el portón de ingreso, una luminosa galería de arte se puso a nuestra disposición con una serie de modernas vitrinas en las cuales estaban expuestas las piezas. Bastó entender que el Primer Museo Argentino de Metaloplástica ofrece obras de metal en todas sus formas para comenzar el itinerario propuesto. A paso lento fuimos viendo y descifrando cada presentación que vaya uno a saber cuánto tiempo le llevó al artista.
Queda claro que Kurteff dedicó su vida a esta pasión por cincelar el metal de acuerdo con sus sentimientos, su forma de vida y la visión que tenía del macro y microcosmos. “El arte del metal consagrado a la vida interna del ser”, según sus propias palabras.
Jorge Kurteff nació en Bulgaria en el seno de una familia humilde amante del arte, la naturaleza y con ideales profundos. Escapando de la guerra, llegó a la Argentina en 1948 y vivió en Buenos Aires, San Carlos de Bariloche y Villa de Merlo, donde terminó sus días.
Se exponen unas 200 obras en grandes platos de metal de bronce, alpaca, plata, hierro, cobre y cobre esmaltado. El círculo aparece en todas ellas y en su centro se ubican distintas imágenes en relieve, logradas con diferentes tonos.
Cuando nos deteníamos frente a una obra, veíamos en primera instancia el material con que se había realizado, el bruñido logrado, los pequeños detalles y su profundidad. Luego, fue difícil abstraerse del sentido con que fuera concretada.
Sus obras se apoyan en elementos que se repiten, como el sol, la tierra, las estrellas y las manos. A todas esas representaciones les asignó un valor pero lo más impactante es cómo logró plasmar la vida interior, las fuerzas externas, los caminos religiosos y en especial la relación que uno mantiene con su Dios.
Algunas obras son secuenciales y otras añaden una técnica que les ofrece movimiento a través de un mecanismo eléctrico. Con solo pulsar un botón se las hace funcionar, aumentando la capacidad de asombro.
En una sala lateral, se lucen elementos de orfebrería con piezas muy delicadas, muchas de las cuales fueron confeccionadas por Kurteff especialmente para su esposa Aída. Todo ha sido donado al museo y muestra la versatilidad de su autor.
Tuvimos ocasión de ver fotos de su taller de trabajo y ver cual era su metodología de trabajo y su conocimiento de técnicas de fundido de metales. En la vida de Kurteff nada fue improvisado. “Era muy perseverante: cuando tenía una idea no la abandonaba, la trabajaba y la llevaba adelante”, nos dijo quien lo conoció y nos habló de su obra.
Del arte de fundir los metales con visión artística recibimos el mensaje de agradecimiento hacia el sol y los demás elementos, a través de los cuales Kurteff supo trascender.