Al regresar de la excursión en 4 x 4 por el Salto del Tigre, se había creado un clima de camaradería tan cordial, que Federico, el "Cordobés" de Cimarrón Incursiones nos invitó a realizar un trekking técnico con dificultad tres a la mañana siguiente.
Obviamente aceptamos el desafío y por esa razón, luego de una "finísima" y liviana pizza del pub "El Faro"–frente a la Plaza Marqués de Sobremonte–, nos fuimos a descansar al hotel pensando en la aventura que nos esperaba al día siguiente.
Por suerte amaneció espléndido, un sol radiante nos auguraba una buena jornada. Los guías de la agencia –Cristián y Federico– aguardaban con el motor en marcha.
El trekking sería hasta el Salto del Tabaquillo, una cascada de agua de 18 m de altura que se encuentra remontando la quebrada del arroyo El Molino durante una hora y media de intensa caminata.
La estanciera –vehículo reforzado con doble tracción y motor Tornado con 6 cilindros– comenzó a subir por la cuesta de la Av. del Sol, luego la Av. de los Césares y prosiguió por la Ruta 5 unos metros hasta el cartel que indica la entrada a la Reserva Municipal Rincón del Paraíso, la cual tomamos hasta la casa del Guardaparque.
Antes de comenzar el trekking tuvimos la suerte de disfrutar del espectáculo que diariamente a las once de la mañana se lleva a cabo en el parque, cuando Isolina Saldaña –Guardaparque Nacional– le da de comer a un águila mora y a un grupo de zorros silvestres.
Hay que prestar mucha atención al momento en que el águila se decide a bajar para tomar la presa –carne– que Isolina le deja sobre una fuente, ya que este tipo de aves desarrolla una velocidad de 120 km/h, por lo que pasa muy veloz como para ser captada por el ojo humano.
Mientras aguardábamos el momento nos entretuvimos observando a los sociables zorros que paseaban entre la gente y la Guardaparque aprovechó para brindarnos una charla de concientización sobre el cuidado del medio ambiente.
De pronto, con las alas desplegadas el águila mora dijo presente, y en un vuelo fugaz se llevó la carne. Todos los presentes quedamos boquiabiertos, al ver la sagaz mirada y el aerodinámico cuerpo del ave que se impuso desde las alturas para mostrar su hermosura.
Tiempo de caminar
Luego de este espectáculo que nos regaló la madre naturaleza e Isolina –por supuesto–, compramos en el restaurante de la reserva la vianda que oficiaría de almuerzo cuando llegáramos a la cascada. Además de los clásicos sandwiches de jamón y queso, se puede adquirir tartas de verdura, pizzetas o emparedados de milanesas. Para beber, una botellita de agua mineral o una gaseosa de 500 c.c. son suficientes para toda la jornada.
De allí nos fuimos por un senderito hacia el Arroyo El Molino donde comenzamos el trekking.
A esta caminata se la denomina técnica, porque además de las extremidades inferiores se utilizan las superiores en algunos sectores del circuito, y su grado de dificultad es del tipo tres, porque demanda un esfuerzo mayor al habitual. Sin embargo, no posee límite de edad, siempre que la persona que lo efectúe posea un buen estado físico.
Desde los 1150 m.s.n.m. ascendemos hasta los 1480 en un total de 6 km atravesando el faldeo serrano o piedemonte, por las orillas del arroyo.
Los guías nos explican sobre la flora y fauna que se cruza en el camino. Hay que tener cuidado con las “cortaderas” o “colas de zorro”, una especie de pastizal que posee sobre las láminas de sus hojas una sierra que nos corta si la rozamos.
Entre los árboles, cautivan nuestra atención ejemplares de molles de beber, un tipo de árbol que posee una madera muy dura y que da un fruto similar al de una lenteja. Se lo utiliza para hacer una bebida de alta graduación alcohólica llamada aloja.
El trekking se complica. Mientras ascendemos, tenemos que demostrar nuestra habilidad y equilibrio para no caer en las aguas del arroyo mientras saltamos entre las rocas. Luego nos topamos con unas piedras de considerable altura que debemos escalar. Lo importante en estos casos es concentrarse en cada movimiento y pisar donde nos indican los guías para tener una escalada exitosa.
“Vamos que falta poco” dice Cristián, mientras se escucha el “murmullo” de la cascada que está cayendo.
Unos pocos metros más y el esfuerzo arroja su recompensa. El Salto del Tabaquillo cae estrepitosamente sobre una hoya de diez metros de diámetro. ¡Espectaculaaar! A su alrededor se encuentran algunas especies de “tabaquillos”, arbustos color canela en cuyas cortezas poseen láminas similares a la hoja de tabaco.
Las tomas fotográficas se apoderan de la escena para luego realizar el pic-nic a la vera de la cascada. Luego de descansar nuestros sentidos en el maravilloso entorno natural nos disponemos a regresar. El objetivo está cumplido.
¿”Se animan a hacer rappel”?
Esa fue la pregunta cuando estábamos de regreso. Hacía mucho que no practicaba esa técnica de descenso con sogas. La última vez que lo había hecho había sido en la Palestra Natural de Esquel. Aprovechando la nueva invitación despuntamos el vicio.
Esta actividad es una excelente alternativa indicada para los amantes de las grandes emociones. Consiste en un descenso por una pared vertical de más de 45 metros de altura. Cabe aclarar que no es necesario contar con experiencia previa para realizarla.
El “Cordobés” dispuso todo: cuerdas, arnés, mosquetones, “ochos”, y su conocimiento para explicar la mejor manera de efectuar el descenso.
“Lo principal es dejarse ir hacia atrás, piernas abiertas y derechas mientras nos vamos dando soga”. El descenso es del tipo “top rop”, y contamos con el apoyo de seguridad del otro guía –Cristián– quien controla la cuerda.
A medida que bajamos se aprecia una hermosa vista panorámica de todo el valle de Conlara que rodea a Villa de Merlo.
Unos saltitos dejando correr la soga nos sirven para tomar confianza y rápidamente alcanzar tierra firme. La bajada es fascinante, la adrenalina se manifiesta en su estado puro, pero desgraciadamente todo termina pronto.
Continuamos el trekking de regreso y finalmente llegamos donde habíamos estacionado el vehículo. Terminé la excursión cansadísimo pero a la vez muy contento por los momentos vividos.
Es que Cristián y Federico son muy cordiales y saben cómo tratar a los turistas, respetando los tiempos de cada uno. Por ello, al llegar a la puerta del hotel, me despedí agradecido, prometiéndoles algún día regresar a Merlo para compartir más aventuras.