La naturaleza siempre cambiante nos presentó una ría con curvas y contracurvas, orillas fangosas, grandes rocas y la presencia de infinidad de especies acuáticas y aves migratorias.
El cañadón de la ría Deseado es escenario de los paseos más fantásticos que hayamos imaginado. Uno de ellos recrea el camino que hizo Charles Darwin en su periplo por esta costa patagónica y que le sirviera para afianzar sus teorías sobre la evolución de las especies.
Si bien el recorrido puede realizarse a caballo a través de la estancia La Aurora, decidimos embarcarnos en el puerto y dejarnos guiar por quienes comandan las excursiones sobre enormes gomones semirrígidos. Nos proporcionaron un salvavidas de fuerte color rojo y así partimos.
Javier, nuestro guía, se presentó como navegante y naturalista y nos dio algunas indicaciones de seguridad para la navegación y el trekking que estábamos emprendiendo. Mientras, cada uno de nosotros fue poniéndose cómodo, dispuesto a escuchar y fotografiar todo lo que estuviera a su alcance.
Mientras enfrentábamos una suave brisa del oeste, Javier nos fue dando detalles de la geomorfología de la ría y alrededores. Sus prismáticos pasaban de mano en mano cuando algo interesante merecía una mejor observación, lo cual hizo muy agradable el trayecto.
El agua de la ría es salada, ya que ingresa desde el mar y el río hace poco aporte de agua dulce. Es por ello que existe fauna marina como toninas y cormoranes en la primera parte del trayecto. El gomón parecía un barquito de papel que se dejaba llevar por la zigzagueante ría cuyas orillas tienen distintas características a medida que se avanza.
Tomamos conciencia de cómo el viento fue horadando las rocas a lo largo de los años. Mucho antes de llegar a Paso Marsicano, final del recorrido, los promontorios rocosos ganan espacio y la fauna cambia.
Al desembarcar, Javier nos explicó cómo se desarrollaría la intensa caminata y algunos estuvimos listos en unos pocos minutos para emprender la excursión. Otros se instalaron en un sector costero y prefirieron esperar nuestro regreso.
“No hay ningún apuro; cuanto más lento avancemos mejor pisaremos las rocas ásperas y más recorreremos. Vamos a pasar por la Cueva de las Manos y allí les explicaré qué significado tienen las pinturas rupestres halladas en las rocas, que pertenecen a aborígenes que vivieron en esta solitaria Patagonia”, escuchamos la voz de Javier al inicio del trekking.
Hicimos un alto, tomamos una merienda y unos ricos mates y de esa manera descansamos para luego realizar el tramo de ascenso a los Miradores de Darwin. Una vez allí, no podíamos creer lo que veíamos: la inmensidad hecha paisaje, muy agreste y al mismo tiempo sorprendente.
Estos recorridos suelen hacerse en grupos poco numerosos por lo que es habitual que se pueda observar alguno de los animales que habitan la zona, como guanacos o liebres. Mientras navegábamos, revoloteaban cerca nuestro patos y avutardas y en algún momento del año los flamencos pasean sus largas patas en las fangosas costas de la ría.
El regreso lo hicimos sobre el gomón, con proa hacia Puerto Deseado, con el sol sobre nuestras espaldas y disfrutando del atardecer. La primavera sureña acompañó con sus colores pastel el último tramo de este viaje cultural y fotográfico que tanto nos impactó.
“No creo haber visto jamás un lugar más alejado del resto del mundo que esta grieta de rocas en medio de la inmensa llanura…”, palabras expresadas por Charles Darwin cuando alcanzó el final de la ría Deseado en 1833; las hacemos propias.
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