En realidad la magia comienza cuando el visitante llega al
Parque Nacional Iguazú. Luego de ser recibido por la Administración de Parques Nacionales, es llevado al tren ecológico, para recorrer sus vías hasta la Estación Garganta. Durante el trayecto, que dura 20 minutos, la selva comienza a regalar sus sonidos y a revelar sus misterios. Una vez que la oscuridad de la noche cubre el firmamento, muchos animales comienzan a buscar alimento. Esta singular opción es una buena propuesta para obtener una nueva perspectiva de este Patrimonio Natural de la Humanidad. Hay un tiempo limitado para entrar y para salir de la pasarela de 1000 metros de largo, pero el lapso es suficiente como para dejarse encantar por el inédito espectáculo.
Estar parado frente al magnífico salto, con el aditivo extra de la luna llena, es una experiencia inolvidable. El clima que se genera es sumamente romántico. Muchas parejas tomadas de sus manos parecen querer fundirse en un solo ser con el encantador prodigio natural. Otras personas permanecen solitarias, en silencio, simplemente contemplando lo que se regala a los sentidos, tal vez preguntándose qué sensación habrá tenido Alvar Núñez Cabeza de Vaca, el primer europeo que se topó con las Cataratas del Iguazú, al encontrarse con ese derroche majestuoso, una noche como ésa. Luego de unos instantes, los visitantes se retiran del balcón de la garganta, pudiendo dirigirse al bar de la estación para beber un jugo natural o una caipirinha.