Emocionante y divertido, el safari a las nubes recorre entre las quebradas y la Puna, algunos de los míticos rincones del norte. Imperdible.
Vos ya fuiste al tren...? Esto es completamente distinto. Ya me habían recomendado realizar el safari a las nubes organizado por la empresa MoviTrack Safaris & Turismo y la intriga crecía, sobre todo después de charlar con Frank Neumann, su dueño. Él y su esposa Heike descubrieron el norte argentino en su luna de miel, arriba de un viejo Jeep, por el año 1991. Fascinados los alemanes con el paisaje puneño, arremetieron con este emprendimiento turístico.
Y ahí estaba yo, un sábado a las 6 de la mañana, en su oficina, punto de reunión para iniciar todas la excursiones. Bastante dormida, con café caliente y galletitas de por medio, fui conociendo al resto del grupo que participaría del safari. También se presentaron nuestro guía Claudio y Guillermo, el conductor del movitrack.
Esta invención de Frank, quien trabajó mucho tiempo para Mercedes Benz, es un camión alemán de esa firma automotriz modelo ‘94, con algunas modificaciones. Por ejemplo, el techo corredizo, una pequeña cocina y un baño, entre otras reformas diseñadas por el propio Frank. El llamativo vehículo nos estaba esperando, completamente equipado para empezar la aventura de recorrer tres imperdibles del norte: el Tren a las Nubes, el cruce de la Puna hasta las Salinas Grandes y el camino a Purmamarca con su cerro de los Siete Colores por la cuesta de Lipán.
Un tal Maury
Cruzamos la oscura y a esas horas despoblada capital salteña, en dirección a la ruta nacional 51. Cerca de las 7 atravesamos el último pueblo del fértil valle de Lerma, Campo Quijano. Ubicado a 1500 m.s.n.m. y conocido como el portal de los Andes, esta localidad es el hogar de algunos ferroviarios que componen las cuadrillas del Tren a las Nubes.
Hoy convertido en emblema, la historia del ramal C14 se enlaza a la vida de estos pueblos de altura y de un ingeniero franco-norteamericano: Richard Fointaine Maury. Este visionario hombre, designado por el presidente Irigoyen, estuvo al mando de la obra, considerada hasta hoy como una de las construcciones ferroviarias más importantes del mundo.
El temerario proyecto, que desafiaba la cordillera de los Andes, se inició el 10 de mayo de 1921 a un ritmo impensable dadas sus características. Soportando la rigurosidad de más de 3500 m.s.n.m. y el inclemente clima con sus nevadas, los 1300 obreros criollos y gringos trabajaron a pulmón, sin topadoras ni excavadoras, sólo palas, picos y explosivos para abrir el camino.
Para enfrentar los recodos y elevaciones del cordón montañoso, Maury y su equipo, entre los que estaban Pastorini, Plister, Rauch, Rossi y Villar, debieron aguzar el ingenio. Como debían evitar pendientes que superaran los 25 metros de altura por kilómetro y no podían usar cremalleras o valerse de curvas mayores a 120 metros de radio, diseñaron un sistema de zig-zag y de rulos que les permitía ganar altura en tramos cortos.
Guillermo detuvo el movi para observar el primer zig-zag, ubicado en la estación El Alisal, donde las vías llegan a los 1787 metros y parten hacia Socompa, con 1841 metros. Como nos aclaró Claudio, en una misma estación el tren sube hacia adelante, hacia atrás y luego hacia adelante otra vez, formando una Z. Fácil de visualizar pero extraordinario en esa geografía.
Estaciones del olvido
A medida que despuntaba el alba nos internábamos en la quebrada del Toro, bordeando el río homónimo, de 150 metros de ancho, casi seco en estos meses pero de gran caudal en verano por ser de alimentación pluvial. Todavía a media luz, nos detuvimos para mirar el viaducto del Toro, situado al sur de la quebrada y construido entre 1921 y 1948, con 224 metros de largo y 19 de alto. Al norte se ubica el de La Polvorilla, que alcanza los 4200 metros y que conocemos por las fotos del tren.
Pasando la finca El Candado, empieza a cambiar la vegetación. Se deja atrás el sistema subandino y comienzan a predominar ahora los cardones y las xerófilas cenicientas.
Pensaba en las personas que vivieron sus días al paso de estas vías. El C14 no escapó a la historia ferroviaria del país, arrastrando a varias estaciones y pueblitos al olvido.
Entre ellos, Chorrillos, donde está el segundo zig-zag. Parada obligada para esperar el Tren a las Nubes y también para el desayuno, que con esmero prepararon Guillermo y Claudio, mientras nosotros vagábamos por ahí espantando el frío. No éramos los únicos. Esteban y Teobaldo, de la cuadrilla del C14, ya habían controlado el estado de las vías y preparaban el café en un fuego improvisado. Todos los sábados, después de 20 años trabajando para el ferrocarril, Esteban espera el tren y sueña con poder jubilarse porque “el trabajo es duro y el salario no alcanza”.
Lo vi alejarse para compartir el café con sus compañeros y volví a pensar en Maury y aquel grupo de obreros. En 1932, inauguraban el famoso viaducto de La Polvorilla y Maury no estaba ahí para ver concretada su idea más desafiante. El gobierno de facto de Uriburu lo había separado de la obra en 1930.
Habría que esperar hasta 1948 para que las vías argentinas y chilenas se unieran, conformando hasta el día de hoy el único vínculo ferroviario que se mantiene activo entre ambos países y el mercado del Pacífico.
Antesala de la Puna
Antes de que llegara el tren, Claudio y Guillermo nos llamaron para subir al movi, transformado ahora en un confortable desayunador. Música, café con leche caliente y medialunas frescas, la propuesta no podía ser más cálida. Mientras Claudio nos contaba las historias del tren y los caseríos que cruza, escuchamos el silbato.
Lo vimos venir lleno de turistas que saludaban desde sus ventanas. El tren se detuvo en la estación de Chorrillos y las artesanas aprovecharon para acercar sus tejidos a los pasajeros. Nosotros aguardábamos en compañía de Medialuna, el perro, fiel a la hora del desayuno.
Vimos que el tren retrocedía para enganchar el zig-zag y Claudio nos avisó que había llegado la hora de seguirlo. Con Guillermo, quien ya estaba preparado frente al volante, habían corrido el techo del movi para que pudiéramos subir a los asientos y disfrutar así al máximo el safari.
Siguiendo el trazado de las vías fuimos paralelos a la formación, intercambiando saludos, disparos de fotografías y filmaciones. El momento más divertido y excitante, como Claudio nos había anticipado, llegó cuando pasamos por debajo del tren en un puente. Al recorrido no le faltaban las emociones fuertes.
Después, poco a poco, perdimos de vista al tren y continuamos nuestro propio camino por la ruta nacional 51. Vimos la capilla Nuestra Señora del Valle. A lo lejos, el cerro de colores Gólgota, de 2800 metros, y luego atravesamos El Alfarcito, último pueblo de la quebrada del Toro.
Nuestra próxima parada sería Santa Rosa de Tastil, en la quebrada de las Cuevas. Lo que hoy es un pequeño paraje fue el centro de la cultura atacama en el período prehispánico.
Nos bajamos justo frente a la iglesia y caminamos por la calle principal, donde las tejedoras improvisan sus puestos, hasta el Museo Arqueológico. En un pequeño ambiente, los guías Elsa y Luis nos mostraron petroglifos encontrados en el sitio arqueológico de El Duraznito con representaciones de camélidos y figuras humanas, especialmente la representación de la bailarina. Entre otros tesoros, el museo posee una interesante muestra de piedras con gran concentración de hierro que al golpearlas resuenan como campanas. Un viejo tañido, que encierra el pasado de este importante poblado prehispánico, fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1997.