El río Juramento no es un río más. Su recorrido es parte de la cuenca hídrica más larga del país. El dorado no es un pez más. Una combinación letal donde río y pez nos trasladan a un escenario de novela.
El escenario
Pescar en la selva salteña es un sueño que me venía desvelando desde hacía mucho tiempo. Quizá por ello cuando de repente llegó la invitación para ir a pescar durante mi corta estadía en el norte argentino, no dudé ni un minuto en aceptarla.
La tormenta eléctrica mostraba con sus relámpagos y con perfecta simetría las dimensiones reales de la cantidad de agua que las frías nubes negras acumulaban en su interior. El amanecer trajo consigo un día espléndido y, entre mate y mate, ya estábamos listos.
La selva salteña recibe del Nevado de Acay, situado en la precordillera salteña y a casi 6.000 metros sobre el nivel del mar, distintas y laberínticas lenguas de agua que unidos bajo el nombre de río Calchaquí, desembocan en el hermoso dique Cabra Corral, ubicado en el centro de la provincia de Salta.
Una promesa
De sus aguas nace encajonado un río cuyas paredes parecen pintadas por la brocha de un pintor. Es el Juramento y lleva sus aguas corriente abajo hasta el dique El Tunal para luego atravesar la provincia de Santiago del Estero y llegar, con el nombre de Salado del Norte, hasta Santa Fe donde, luego de cientos de bañados y lagunas, vuelca sus aguas en la cuenca del río Paraná que concluye finalmente en el Río de la Plata. De la alta montaña al inmenso delta, el dorado remonta toda la cuenca y llega hasta aguas abajo del dique El Tunal. En estos sectores del río encuentra verdaderos paraísos en los que es posible disfrutar la pesca deportiva.
En tiempos en que los dorados no abundan y cada vez pesan menos, pescar el Juramento significa tener la posibilidad de encontrarse con los más grandes dorados que aún sobreviven en nuestro país. Verdaderos abuelos del río que, de una dentellada, son capaces de cortar en forma instantánea el sedal.
La camioneta 4x4 avanzaba a buen ritmo. Fue por esas casualidades del destino que, sin quererlo, me vino a la mente la maravillosa novela de Jack London titulada La voz de la sangre o El llamado de la selva (según la traducción), que resume en sus páginas de manera impecable cómo un perro doméstico, llamado “Buck”, se transforma en un lobo a medida que transcurre el viaje.
Como si todo fuese un cuento
Cuando finalmente llegamos al lugar de partida y las balsas apoyaban sus narices a orillas del río, imaginé en ellas a verdaderos perros domésticos que, a medida que flotaran el río, se irían transformando en lobos. De eso se trata este tipo de pesca, pensé.
Y no estaba equivocado. Alejandro Haro y Marcelo Zambrano no sólo son dos experimentados guías de pesca, son, por sobre todo, amantes de una naturaleza que está en vías de extinción y que guarda en estos rincones del norte argentino sitios únicos que todavía pueden disfrutarse.
Según Marcelo, los primeros kilómetros sirven para familiarizarse con el equipo y sobre todo con el tiro. El tiro debe ser preciso y justo, los dorados se encuentran en los huecos que forma la orilla, esperando la aparición de sus presas. Tanto con cucharas como con señuelos o moscas, los lances deben realizare río arriba para luego ir recogiendo el engaño a la misma velocidad que se desplaza la balsa.
¡Picó el primero!
La balsa que venía delante comenzaba a acercarse a la costa mientras uno de sus tripulantes luchaba con un dorado hermoso y naranja dorado que holgadamente superaba los diez kilogramos. Instantes antes de ser izado a la embarcación, produjo un acrobático salto que apenas pude registrar con la cámara fotográfica.
“11 kilos, 300 gramos” dijo la balanza y, luego de retirar cuidadosamente el señuelo de la boca del pez, éste recuperó su libertad.
La pesca y devolución es uno de los lemas que este ambiente no debe perder jamás, aunque algunos todavía no hayan conocido sus ventajas y beneficios.
Paramos a comer en una pequeña playa de arenas y pastos. Luego de un largo rato de relax, con chistes y anécdotas, además de una buena y merecida zambullida en el río cristalino, emprendimos la vuelta a las balsas.
Otro río
Pero el río ya no era el mismo. La tormenta de la noche anterior comenzaba a mostrarse lentamente y los dorados ya no picaban. En cuestión de minutos, aves de todas las clases corrían, volaban y gritaban como queriéndonos decir algo mientras nuestras balsas se desplazaban corriente abajo.
La pesca había terminado. Los grandes dorados habían sido la excusa perfecta para acercarnos a uno de los lugares más vírgenes que tiene la selva salteña. Un lugar desconocido para la gran mayoría de pescadores argentinos pero que guarda en sus aguas, en su flora y en su fauna, un verdadero tesoro que merece disfrutarse pero jamás profanarse.
Simplemente, porque es de todos y de nadie al mismo tiempo. Y porque por siempre tendría que ser así...