A pocos kilómetros del centro de la ciudad, en un terreno enmarcado por los cerros de un valle verde y extenso, se llevan a cabo tres jornadas dedicadas a destrezas camperas y música folclórica.
En el campo de jineteada, luego del desfile inaugural, comienzan los juegos preparados. Los paisanos anotados para las distintas pruebas muestran su conocimiento de las faenas diarias del campo, bravas, pesadas. Con sus mejores ropas, demuestran su aptitud para el manejo del ganado vacuno y caballar.
Se suceden, entonces, pialadas, doma de novillos, toros y desafío de grupa; la jineteada de bastos y encimera es el plato fuerte. En pista, capataz y apadrinadores coordinan a los puesteros llegados de diferentes parajes para exhibir su idoneidad sobre la grupa de un caballo sin domar. Un payador, con su canto improvisado, acompaña el coraje de los jinetes.
En el escenario, la actividad no decae en ningún momento. El animador detalla cada una de las competencias e invita al aplauso cuando la fajina se completa con acierto. A su vez, los músicos y danzarines tienen su espacio para lucir su arte folclórico. Cantores y conjuntos “chamameceros” con guitarras y “acordeones” amerizan las jornadas y preparan al público para el gran baile popular de la noche.