Hay experiencias que se dan solo una vez en la vida. La posibilidad de conocer el Delta, con su filosofía de islas y gente, darse el gusto de bailar tango por primera vez y aventurarse en un trekking por senderos naturales es parte de este tour imperdible.
Las palabras de Andrés atraparon nuestra atención de forma inmediata y nos involucraron de manera directa en lo que nos contaba: “En este tour proponemos a los visitantes conocer el Delta de una manera distinta, lejos de los circuitos turísticos conocidos, mostrando lugares y paisajes que salen de lo común, así como su fauna, flora y costumbres de los habitantes”, terminó de decir antes de que aceptáramos la invitación para conocer el lugar.
Un día de semana cualquiera, que por supuesto también puede ser fin de semana, Andrés nos pasó a buscar por el centro de la ciudad y en menos de una hora nos encontrábamos embarcando en la estación fluvial de Tigre a bordo de una de las tantas lanchas colectivas que llegan hasta el arroyo El Toro, donde se encuentra Tango Delta.
No se trata de un típico recreo ni de un restaurante, sino de una casa del Delta atendida por sus propios dueños, quienes nos recibieron como si fuéramos amigos de toda la vida. El trato cordial y familiar es uno de los puntos que diferencian este lugar de otras propuestas.
Luego de navegar con la lancha colectiva y de apreciar los códigos propios y la filosofía de vida de las islas y su gente, llegamos a un hermoso muelle que ofició de destino y nos permitió hacer tierra en El Trébol, una quinta dedicada a la explotación forestal que cuenta con un quincho y una típica casa del Delta, que serviría de base de operaciones para todas las actividades que disfrutaríamos.
El mate y un desayuno supercasero, con dulces, miel y pan elaborados allí, lograron endulzarnos la mañana mientras nos preparábamos para realizar una de las primeras caminatas del día e internarnos en el monte, donde predomina la vegetación natural serpenteada por plantaciones de álamos, uno de los típicos árboles del delta de Tigre.
Un trekking excelente de casi dos horas colmó las expectativas de naturaleza y ecología de cada uno de los presentes, dejándonos exhaustos a la espera de lo que pronto nos daría vida nuevamente: el típico asado argentino, con empanadas, vino y bebidas para disfrutar.
“Nosotros somos además bailarines de tango y docentes, por lo que dentro de un rato, después de descansar del almuerzo, van a poder tomar una clase de tango en la que les enseñaremos los primeros pasos para que puedan ingresar en este maravilloso mundo”, concluyó Mirta, quien acompaña a Andrés en esta aventura inolvidable para el visitante.
Luego de haber almorzado y ya repuestos físicamente, nos fuimos acercando lentamente al sitio elegido para aprender los pasos básicos de la milonga y del tango, que en forma didáctica y divertida se fueron incorporando a cada uno de nosotros casi sin que nos diéramos cuenta.
Así comprendimos, a orillas de un río de ensueño, que bailar tango está al alcance de todos y es una actividad que puede ser disfrutada por cada uno de nosotros, más allá de saber o no sobre este tipo de baile.
Nos contaron además el origen del tango, su historia, los códigos de la milonga y los diferentes estilos a la hora de bailarlo. Cada uno obtuvo en Tango Delta las nociones básicas para practicar lo nuevo aprendido.
Luego de dar por concluida la clase y de que todos los presentes realizáramos un aplauso general para agradecer lo aprendido y practicado, surgió la posibilidad de acercarnos en lancha hasta el famoso río Paraná, que en ese entonces se encontraba muy calmo, lo que lo hacía ideal para acercarnos a sus famosos bajos, el lugar donde el río desemboca en el ancho Río de la Plata.
Hacia allí fuimos algunos de los presentes, mientras que otros se quedaron merodeando alrededor de la casa esperando que llegase la hora de la merienda, otro de los momentos inolvidables de nuestra estadía. Té, café, mate, tortas, miel de las propias colmenas que allí se ven y dulces caseros no faltaron en esta nueva fiesta, que lentamente se estaba terminando.
Apenas comenzara a caer el sol, la lancha manejada por Andrés nos llevaría nuevamente al punto de partida desde donde empezó todo, la estación fluvial de Tigre. Allí, tomaríamos el mismo vehículo que nos acercó y volveríamos nuevamente a la ciudad de Buenos Aires, pero esta vez algo habría cambiado.
Dentro de cada uno de nosotros el paseo había logrado su cometido, convirtiéndonos en isleños, en amantes del Delta, en timoneles y, por supuesto, en bailarines de tango. Todo en menos de un día.