Las casas de té conservan el nostálgico ritual de las familias galesas de reunirse ante una buena mesa servida con loza y mantelería originales, donde no falta una deliciosa variedad de tortas, repostería y panes caseros.
Los atardeceres de nuestras vacaciones por tierras patagónicas nos llevaron rumbo a Gaiman para confirmar que las mejores meriendas de origen galés se ofrecen en sus conocidas casas de té. En el centro del pueblo nos esperaban dos referentes de esta costumbre ya arraigada en la zona.
Ty Gwyn
Su nombre se traduce como “casa blanca” y desde la puerta de entrada sentimos el aroma a cosas ricas y una música tenue muy agradable. En una casona construida hace más de 30 años, un gran comedor, como el de una casa particular, nos recibió con rico olor a canela.
Nos ubicamos y una moza con delantal bordado nos inició en el arte de disponer una mesa de té. Enumeró la gran variedad de porciones caseras que teníamos para elegir: tartas (de manzana, frutas, crema, etc), tortas negras, tortas de nuez, de chocolate y lemon pie entre los platos dulces; panes, scons y “saladitos” entre los platos salados.
Mientras esperábamos, nos relató la historia de los galeses que desembarcaron en costas argentinas, la colonización de Gaiman y sus encuentros corales tan famosos. Degustamos el exquisito té servido en tazas de porcelana y sin apuros fuimos paladeando cada uno de los manjares que teníamos enfrente, resultado de hornear durante años las mismas recetas familiares.
De ese momento inolvidable nos quedó la necesidad de seguir profundizando en el pasado galés de Gaiman, palabra que, curiosamente, en idioma tehuelche significa “piedra de afilar”.
Ty Cymraeg
Ansiosos por repetir la tradición de merendar en otra de las casas de té, visitamos Ty Cymraeg. Los abuelos de los actuales dueños de la casa construyeron el edificio mirando hacia el río Chubut mientras imaginaban un futuro mejor que el que podían tener en su Liverpool natal.
Una tetera con la tradicional cubierta de lana tejida a mano para que la infusión no se enfriara, esponjosos bizcochuelos, pequeños panes, dulces de frutas rojas, tarta de peras, budines de chocolate y nuez, etc. desbordaban la bandeja que la moza traía con firmeza.
La invitamos a charlar y contar algo más de las historias de la casa. Así supimos que a los colonos galeses que llegaron a fines del siglo XIX los unía el sentimiento de continuar la práctica de su religión, ya que en su tierra natal les estaba prohibido por los ingleses. Al mismo tiempo, deseaban que sus costumbres y tradiciones los mantuvieran unidos para preservar su cultura y transmitirla a sus descendientes.
La historia de los galeses es larga, entretenida y no nos alcanzaron las tardes de nuestras vacaciones para probar todas las exquisitices expuestas en sus tradicionales mesas. Para muestra, valen estas dos casonas donde sentimos nostalgia y admiración por el temple de aquellos galeses que consolidaron su esencia en desérticas y lejanas tierras, y la mantienen hasta nuestros días.
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