Tierra colorada, casi agreste, y formaciones extrañas con dibujos que llevan a pensar acerca de los cambios que la tierra ha experimentado a lo largo de millones de años.
El Parque Nacional Talampaya es un atractivo fortísimo para quienes aman aquellos monumentos naturales tan difíciles de explicar si no se está frente a ellos. Villa Unión es la ciudad cercana que nos permite ver para creer.
8:00 horas: La mañana nos pareció fresca pero quizá era porque aún no habíamos desayunado ni salido al exterior del hotel. En minutos nos pasarían a buscar de la agencia de turismo para realizar los 60 kilómetros que nos separaban del parque. ¿Dormir? ¿Contemplar el paisaje? Lo veríamos sobre la marcha.
8:25 horas: Todo lo que percibíamos a través de la ventanilla era árido, muy árido y estuvimos por cerrar los ojos un rato, pero temíamos perdernos algo interesante. ¿Qué fue eso que pasó corriendo y que atravesó la ruta? ¿Un zorro? Sí, un zorro enorme.
8:40 horas: Atravesamos un pequeño pueblo de pocas casas llamado Pagancillo, que le ofreció algo de verde y color al camino.
9:00 horas: El terreno continuó agreste, de fuerte tono rojizo con cambios rotundos entre suelos arenosos y formaciones rocosas. Todo lo que estaba a la vista era diferente, fuerte, enigmático, pero el guía lo fue descifrando para que nos fuera más accesible. De vez en cuando, tuvimos la presencia de un algarrobo o una planta acostumbrada a la falta de agua.
En un espacio apartado de la ruta pero visible, observamos un conjunto de guanacos que, al sentir el rugir de la camioneta, dio una vuelta de 180 grados y partió raudo en sentido contrario. Fue un espectáculo hermoso verlos correr con una elegancia y velocidad que no les conocíamos.
Valía la pena quedarse despiertos durante el viaje en la camioneta y estar alertas al trayecto entre Villa Unión y el ingreso al Parque Nacional Talampaya. Una vez allí, los altos paredones rojizos y los distintos circuitos nos asombraron hasta dejarnos sin palabras.