La sencillez de la ciudad contrasta con el espíritu de su gente, que la ha convertido en una tierra productiva, con visión turística y que comparte la alegría de su música y canto.
Conocido como Villa Unión del Talampaya, este pequeño pueblo crece a medida que se lo va conociendo. La conexión con los paseos más cercanos y en especial con el Parque Nacional Talampaya, el provincial Ischigualasto y Laguna Brava hacen de la localidad un punto de partida ideal.
Ingresamos por su calle principal, la Nicolás Dávila, que es también la ruta nacional 76, y nos dio sensación de pueblo dormido, tranquilo, como aletargado. Su plaza principal, arbolada, está acompañada por la iglesia Nuestra Señora del Rosario, que data de fines del siglo XIX.
El primer paso fue dejar el auto y dirigirnos al mirador La Loma por la calle Perón, a cinco cuadras de la plaza. Subimos por una escalera empinada; un via crucis nos dejó en la parte alta, frente a una enorme cruz. Ahí tuvimos la posibilidad de contemplar la ciudad, el valle, el río Bermejo, las plantaciones de las chacras vecinas y los cordones montañosos donde se destacan por altura las serranías de Famatina. La figura de Felipe Varela, caudillo regional, está presente en un costado del paseo.
Por detrás del mirador, y siempre a pie, por la avenida Santa Teresita, llegamos hasta otro balcón natural: el del Embalse Lateral. Allí, la vista panorámica hacia el oeste, con otro perfil montañoso con estribaciones y colores variables, nos resultó impactante. Estábamos, además, ante un espejo de agua donde rige la prohibición de baño, pero hay una playa para tomar sol y fogones para pasar el día. En realidad, es un buen pesquero deportivo de carpas y los que practican trekking, cuando las temperaturas lo permiten, lo tienen como meta de su ejercicio.
El riojano es un pueblo alegre al que le gusta el canto, el baile y guardar las tradiciones. Si bien no presenciamos sus fiestas, tuvimos noticias de su alcance: son apreciadas tanto por locales como por quienes los visitan.
Entre ellas, en enero se lleva adelante la Fiesta Nacional del Peón Viñador, auténtica expresión de agradecimiento a la madre tierra por los frutos de los viñedos. Se realizan catas de vinos artesanales licorosos, pateros y tipo torrontés.
Durante febrero se celebra su famosa Chaya Riojana, en la que se conjugan todos los ritos y leyendas en relación a los príncipes Chaya y Pujllay, acompañados por los clásicos "topamientos" barriales, juegos de harina y albahaca y comidas típicas.
A su vez, en febrero se espera con ansiedad el Carnaval de la Alegría; durante dos noches se realiza un desfile de comparsas, carrozas y batucada, de gran relevancia en la provincia por la indumentaria y despliegue artístico.
El alto espíritu religioso de los locales está presente en dos festividades muy reconocidas. Una de ellas es en honor a su santa patrona la Virgen Nuestra Señora del Rosario, el primer domingo de octubre. La otra, la del protector de la localidad, San José, el 19 de marzo. En ambas el pueblo entero se moviliza y se ofrecen puestos con venta de dulces caseros y comidas regionales.
Con un poco más de atención, notamos el movimiento de camionetas 4x4 y vehículos de turismo que a diario llevan y traen turistas que no quieren perderse las actividades que ofrece Villa Unión. El pueblo ya no parecía el mismo que a nuestra llegada.