Las terrazas naturales permiten una mirada panorámica con un ángulo de visión tan amplio que ninguna cámara fotográfica podrá superar.
Muchos barrios residenciales de la ciudad de Villa Carlos Paz muestran sus calles inclinadas que ascienden hacia la cumbre de las sierras. ¿Por qué no aprovechar entonces esos faldeos para treparlos y tener una vista más amplia del lago San Roque y los verdes de su entorno natural?
En algunos casos se requiere de un pequeño esfuerzo para llegar, ya que el acercamiento puede hacerse en auto pero la última escalada se realiza a pie. Nos decidimos entonces a encarar el paseo.
Como para muestra bastaba un botón, elegimos la calle Francisco de Asís. Al llegar a la parte más alta, tomamos conciencia de la excelente vegetación de la zona, de lo grande que es el lago, de los sonidos sordos del pueblo en la parte baja y el intenso y constante tránsito de autos.
Los veleros que navegaban por el lago eran pequeños puntos de color en el espejo de agua. Las serranías servían de fondo y cierre al valle, tal como ya lo habíamos observado en el Google Earth cuando programábamos nuestras vacaciones en esta bella ciudad serrana.
Estábamos transitando una zona residencial con enormes casonas de grandes galerías vidriadas y hermosos techos de tejas rojas. Suponíamos que desde ellas se puede observar los cambios de estación, los día de sol y los lluviosos, y disfrutar de todos ellos resguardados. ¡Qué envidia!, de la buena.
Desde lo alto todo tiene otra proporción y se pierde un poco la noción de las distancias y tamaños. Es como tener un mapa en la mano e ir ubicando cada referencia por nuestra cuenta. “¡Ahí hay que ir! ¡Mirá aquella playa!”, escuché mi propia voz observando esa vista. Por un momento mi mente quedó en blanco y sólo imágenes agradables acompañaron lo que se presentaba ante mí. Fue como dejar salir las emociones contenidas, algo muy preciado que pocas imágenes pueden ofrecer.
Algunos consorcios privados ofrecen la posibilidad de sentarse en una confitería y deleitarse con una buena cerveza fría o una gaseosa mientras la charla se encamina hacia “bueyes perdidos”. Es como darse una panzada de sierras y lago, confirmar dónde se ubica cada actividad de las muchas que ofrece la villa y la distancia entre unas y otras.
Luego, en otras salidas descubrimos escalinatas, rocas o promontorios de tierra que nos llevaron a nuevos destinos donde la buena vista compensó el esfuerzo y el polvo que se depositó en nuestras zapatillas y ropa.
En todos los casos, sentimos un aroma especial y la presencia de pájaros que gracias al silencio imperante se comunicaban los unos con los otros. No desaprovechamos un atardecer de esos que dejan el alma impregnada de colores pastel y una mañana temprano cuando el sol apenas empezaba a calentar la villa.