Transitamos por el camino de las Altas Cumbres hasta una cascada escondida en las sierras de Córdoba. Un momento refrescante, ideal para compartir en familia.
El calor del mediodía nos obligó a abandonar la ciudad en busca de una “perlita escondida” que prometía refrescarnos. Un vehículo 4 x 4 nos condujo cuesta arriba por la pronunciada ruta provincial 34. Íbamos hacia el cordón montañoso de las Altas Cumbres y, desde los 640 m.s.n.m., ascenderíamos hasta los 2.100.
El sinuoso camino, conocido con el nombre del famoso conductor de rally Jorge Raúl Recalde, nos obligó a dejar atrás los municipios de San Antonio de Arredondo, Mayu Sumaj, Icho Cruz y Cuesta Blanca.
Sin prisa, pero también sin pausa, ascendimos notoriamente. Inquieta preguntarse cómo hicieron los nativos comechingones para montar las pircas que observamos ante nuestro paso, pero antes de reflexionar sobre esta cultura desaparecida, una impresionante vista panorámica de todo el Parque Nacional Quebrada del Cóndorito nos robó sutilmente la atención. A lo lejos, alcanzamos a ver el cerro Los Gigantes, un lugar ideal para el que gusta observar la magnificencia del vuelo de los cóndores.
A medida que ascendíamos, notamos el cambio de clima, semejante al de los Andes. Tras sesenta minutos de continuo viaje, realizamos la primera parada. El lugar elegido por nuestro guía era en la mina Fausto, donde nos propuso buscar pedacitos de amatista, una piedra semi-preciosa de forma hexagonal. Con paciencia, todos lo presentes nos dispusimos a hurgar en la tierra en busca de la roca color violeta.
Según algunos de los que estaban presentes, este tipo de piedras posee cierta energía que equilibra al alma de quien la porta. Lo cierto es que me di cuenta de que tanto remover la tierra es una excelente manera de bajar las revoluciones citadinas y un modo natural de conectarnos con la madre tierra. Una vez que todos los presentes obtuvimos nuestro pedacito de amatista, continuamos el viaje en busca de la “perlita escondida” que ya sabíamos que tenía forma de cascada.
En la cascada escondida
Llegamos al lugar de la cascada, la cual se haya sobre una formación precámbrica de unos 600 millones de años. No la alcanzaba a ver, pero su sonido nos cautivó y sabiamente nos indicó dónde se encontraba.
Tras subir y bajar unas cuantas lomadas, dimos con ella. La cascada caía estrepitosamente sobre una cueva natural que forma una especie de anfiteatro, con una pequeña entrada. Sin dudarlo, trepamos hacia ella para observarla, sentirla, vivirla.
La fantástica catarata nos hipnotizó por completo. Al verla caer daba la impresión de que descendía en cámara lenta. Al acercarnos a ella, la refrescante agua revitalizó de inmediato nuestro acalorado cuerpo. La disfrutamos lo justo y necesario como para poder continuar con nuestra aventura. Recomendamos conocerla.
A pasitos de la cascada, el guía nos llevó a un laberinto de piedras sumergidas. Nadamos por tres pozones y un pequeño salto de agua y pasamos por una cueva subterránea. A esta altura, estábamos muy agradecidos por el momento vivido.
Un final en el aire
De vuelta en la camioneta, comenzamos a descender hasta otro río donde las aguas se encuentran más templadas. En ese sector, el guía preparó un paso tirolés de unos 40 metros. Mientras tanto, el resto de los participantes disfrutaba de los distintos saltos de agua que se generan entre las rocas.
El llamado del guía nos anunció que nuestra cuota de adrenalina estaba por completarse. Arnés de por medio, casco de seguridad, una corta charla técnica y, casi sin darnos cuenta, disfrutábamos por el aire de la tirolesa. ¡Espectacular! Es increíble sentir la velocidad que toma la pequeña roldana una vez sobre la cuerda. Para nuestra suerte, otro guía nos esperaba del otro lado del río, daba apoyo para salir airosos de la experiencia.
Otra vez en la camioneta, continuamos descendiendo, pero ahora para regresar. Las últimas luces del día parecían apagarse en el horizonte cordobés. Me pareció escuchar el rugido de la cascada escondida atrapado en mi cabeza y una sonrisa, como la de todos los presentes, se dibujó en mi rostro.