Los detalles de sus cuatro caras merecen nuestra atención ya que hablan de la fuerza del hombre para vencer las vicisitudes que propone el ambiente natural.
En la ruta de acceso a Villa Gesell, un tótem gigante emplazado sobre la mano derecha da la bienvenida a quienes arriban a la ciudad.
Al llegar con nuestro automóvil dimos cuenta de su presencia pero el apuro por llegar a nuestro alojamiento hizo que lo observáramos y siguiéramos nuestro camino.
Dos días después, en una de nuestras salidas para realizar una caminata por los alrededores, llegamos a ese punto y lo miramos mejor.
De líneas muy simples y cúbicas en sus doce metros de altura, contiene figuras representativas de la villa y su desarrollo a lo largo de los años. El mar, los bosques, la pesca están grabadas sobre el cemento, al igual que las figuras de hombre, mujer y niño que representan a la familia.
Con un poco más de detenimiento descubrimos la figura de don Carlos Gesell, pionero en la tarea de afirmar los médanos y fundador de una aldea que logró, gracias a su esfuerzo, doblegar la naturaleza indomable del lugar. Se lo muestra ya mayor, con su cabello y barba blancos, con la mirada hacia el infinito. Son múltiples los reconocimientos que se han hecho a su persona y el tótem es uno más.
Como en las figuras indígenas de Canadá, el tótem está rematado en su parte más alta por un ave con sus alas en extensión, sobre las cuales se lee: “Villa Gesell”.
Obra del escultor alemán Pablo Hannemann, es más que una figura de mampostería. Representa la valoración que la comunidad tiene de la figura de un visionario. Carlos Gesell alguna vez dijo: “Es mayor el deleite del éxito cuando se vencen aquellas dificultades que otros han querido derrotar, sin conseguirlo”.