Lo invitamos a un recorrido entre vegetación y lagos espectaculares conociendo glaciares y ventisqueros del cerro Tronador, nacidos hace miles de años.
Bariloche se despierta bonita como todos los días y encaramos nuestro viaje sobre cuatro ruedas hacia un paseo emblemático: el cerro Tronador y sus glaciares milenarios. Desde nuestro asiento, mantenemos el primer contacto con Omar, el chofer del vehículo.
“Mi compañera y yo hacemos con mucho placer nuestro trabajo. Ambos tenemos formación profesional y nos encanta el trato con los turistas, ya sean de nuestro país o extranjeros. Me presento: mi nombre es Omar y mi tarea es conducir el confortable vehículo con el que haremos el trayecto. Mi compañera Ayelén se ocupará de guiar y dar información durante el día a todos ustedes. Hemos nacido en esta tierra y la amamos tanto como a nuestra tarea y, seguramente, los turistas saben apreciarlo”, termina Omar y es luego de esas palabras de presentación que sentimos que estamos en la excursión correcta. Ayelén ocupa uno de los primeros asientos del vehículo y lleva consigo infinidad de libros, láminas, fotos y material de consulta que cederá en forma constante a los visitantes.
Todos a bordo, iniciamos el camino sobre asfalto a lo largo de 36 kilómetros con rumbo al suroeste y nos internamos luego en un camino de montaña, de ripio, haciendo varias paradas para contemplar la naturaleza.
Lagos y ríos cambian de color a medida que avanzamos hacia la cordillera. Nos asombran el lago Gutiérrez, el cerro Catedral y las villas residenciales que los rodean. Una gran diversidad de ambientes naturales: la seca vegetación arbustiva de la estepa y la selva húmeda valdiviana. Según cuenta Ayelén, esto se debe a las precipitaciones mayores que caen en el oeste.
A 800 metros sobre el nivel del mar
Avanzamos acompañando el contorno del lago Mascardi durante un largo rato y despedimos sus aguas color turquesa hasta el regreso. Así es como ingresamos en las tierras del Parque Nacional Nahuel Huapi.
La imponente figura del perito Francisco Pascasio Moreno aparece inmediatamente en las palabras de Ayelén. Visionario, explorador, científico, estadista, filántropo y educador, trabajó en la diagramación de los límites con el país vecino a fines de los años 1800 y recibió el reconocimiento del gobierno argentino de la época. La reglamentación por él iniciada llega sólida a nuestros días y merece nuestro respeto por enseñarnos a cuidar el medio ambiente.
La voz de Ayelén es constante y nos habla sobre la flora y fauna silvestres y expresiones de origen mapuche. Somos partícipes de cada historia que los confines de estos ríos, lagos y bosques tienen para contar.
Sin señal en nuestros celulares
Dejamos atrás el río Manso, Pampa Linda y la subida de los Vuriloches notando que el camino se angosta y sólo permite el paso de un vehículo por vez. Hay horarios fijados para transitar hacia y desde los ventisqueros del cerro. Es el momento de contemplar el cerro Tronador en su inmensidad por primera vez y conocer varias de sus caras. El más alto de sus tres picos tiene 3.554 metros sobre el nivel del mar.
“Yo me esmero en llevar el vehículo lo más sereno posible para evitar alguno de esos desniveles que tiene la última parte del trayecto. Ayelén y yo somos fotógrafos circunstanciales a pedido de los turistas”, recupera la voz Omar mientras la ansiedad generalizada por llegar comienza a ganar la partida.
A esta altura, luego de varias horas de recorrer juntos esta inmensidad, los pasajeros resultan casi amigos y mantenemos entre todos charlas circunstanciales pero sabrosas. Llegando a los ventisqueros negros, Ayelén explica cómo se formaron las placas de la cordillera de los Andes, los volcanes y las glaciaciones. Ya estamos a 1.100 metros sobre el nivel del mar.
Finalmente bajamos y el grupo camina hacia varios miradores que permiten ver a distancia las lagunas que se forman en los ventisqueros o morenas glaciarias y los hielos flotantes que se originan por el calentamiento constante de la tierra.
El ruido ensordecedor que producen los desprendimientos dan origen al nombre del cerro Tronador. Quienes están de paso, deben aprovechar al máximo esos momentos. Por el contrario, quienes hemos visto ese escenario muchas veces nos asombramos al confirmar que la naturaleza no es estática; sino que está en constante cambio. La inmensidad del lugar invita al silencio.
El regreso es por el mismo camino pero ahora todo es quietud en el vehículo. La euforia del viaje de ida se diluye, algunos regresan algo cansados, durmiendo. Ayelén guarda silencio en atención a sus “guiados”.
Omar nos mira y dice en voz baja, como para que nadie se despierte: “Yo apuro el regreso para que cada uno vuelva a su morada lo antes posible después de este hermoso día de excursión. Como digo siempre. Me alegra que todo volvió a salir bien”.