Mafalda, la niña que nunca creció, es un personaje infantil que hace reflexionar a los adultos con pensamientos que no pierden actualidad. Esta obra permite revivir gratos momentos a partir de la lectura de la historieta.
Estaba allí, sola, tranquila, con una leve sonrisa en los labios, como pensando en vaya uno a saber qué frase célebre de las tantas que se le conocen.
Sí, era Mafalda con su vestido verde claro que hace juego con el moño de su cabello, sentada en la punta de un banco de plaza de madera pintado de blanco. Los pies le caían hacia la vereda, sin tocarla. La esquina de Chile y Defensa recibió al personaje tan querido, tan porteño y tan pensante que algún día pergeñó Joaquín Salvador Lavado (Quino).
Quino la llamó Mafalda, la rodeó de una familia tradicional y una pandilla de amigos con características personales que hacían recordar las distintas culturas que se daban cita en cualquier barrio porteño.
En realidad ese, el de San Telmo, fue siempre el vecindario de adopción de Quino. A pocos metros de esta esquina vivió muchos años y alimentó este personaje y sus clásicas tiras humorísticas.
La calle Chile es un rincón porteño con magia. Sus cafés y sus parrillas son lugares de encuentro de artistas. En esa misma esquina encontramos el café La Poesía, como para confirmar lo que decíamos del barrio.
Como todos los que pasan por allí diariamente, nos tomamos una fotografía abrazados a ese cuerpo diminuto que tanta ternura nos produjo siempre. Revivimos entonces sus frases, sus alegrías, sus rebeldías y, sobre todo, su disgusto ante un plato de sopa.
A Mafalda recién la vimos cuando estuvimos a su lado. Formaba parte del entorno y parecía integrada a esa vereda, al bar que estaba al lado y esos árboles enormes que cubrían parcialmente el cielo.
La escultura fue realizada con técnica epoxi reforzado policromado por el artista Pablo Irgang. Entre todos deberemos cuidarla para que no sea arrasada por los incultos y pueda convertirse en un hito para la cultura argentina.
Ya nos retirábamos y nos llamó la atención un grupo de niños que disputaban un espacio al lado de Mafalda en ese banco de madera. Difícilmente la hayan conocido en profundidad, pero también ellos a su manera le estaban ofreciendo un homenaje.
Mafalda logró emocionarnos y nos hizo buscar nuevamente en nuestra casa los viejos álbumes de historietas leídos infinidad de veces. Estaban guardados con el cuidado y el cariño que merecía alguien que ocupó un lugar importante en nuestras vidas.