La Boca es un tango de adoquines mojados y de cielo pintado de todos los colores, como desprolijo. Es volver al pasado a recordar u olvidar una parte, la que se quiera. Y Caminito es su corazón, como si fuera un mal que se cuenta una y otra vez a los amigos, como dice el tango.
Si de bombones se trata…
La Boca es fútbol. La Bombonera, o la Cancha de Boca, fue inaugurada en 1940 y es el estadio del equipo de fútbol Boca Juniors que, oriundo de La Boca, lleva en su camiseta los colores amarillo y azul. Son los mismos que llevaba un buque sueco, un día en que al azar se estaban decidiendo los colores del estandarte del nuevo club, y que tuvo la gloriosa suerte de que se fijaran en él. Esto sucedió una fría mañana de 1905, hace apenas un poquito más que cien años.
Allí se realizan también otras 23 disciplinas deportivas y su fachada es un mural del artista plástico Pérez Célis, pintado especialmente para el estadio. Tiene capacidad para 60.000 espectadores y reúne en cada partido a una numerosa cantidad de hinchas de este cuadro al cual pertenecen “la mitad más uno” de los argentinos que reciben el nombre de “bosteros”, y que gracias a la cantidad de títulos logrados internacionalmente han sabido ganarse su respeto entre quienes nos visitan desde el exterior. Ahhh… La Boca es Maradona, se me olvidaba el detalle.
La historia del barrio
La Boca fue originalmente el emplazamiento del primer puerto de Buenos Aires. Se dio en llamar al barrio de esta manera haciendo alusión a la ubicación del Riachuelo, que con una gran boca desembocaba en el Río de la Plata.
Fue en sus orígenes asentamiento de muchos inmigrantes italianos, especialmente genoveses, que debieron construir sus casas con veredas altas debido a las frecuentes inundaciones.
Entre estas familias de inmigrantes se encontraban los padres del pintor Benito Quinquela Martín que, si bien no eran sus padres naturales, se hicieron cargo de él y lo criaron en La Boca entre el olor a Riachuelo, las casas de colores y las veredas altas. Más adelante, el joven Quinquela comenzaría su labor de artista retratando maravillosamente esos paisajes portuarios que lo acunaron de pequeño.
Quinquela es La Boca, por eso quien llega a La Boca no puede dejar de visitar el Museo Quinquela Martín, donde él mismo hizo funcionar la primera Escuela-Museo del país en la que se exponen las obras del propio Quinquela, pero también las de otros tantos artistas argentinos que, al igual que él, han capturado de manera perfecta el espíritu del barrio.
Quinquela, un visionario, donó el terreno de lo que hoy es el museo junto a un terreno para la construcción de un jardín de infantes y otro para un teatro, donde hoy por hoy funciona el Teatro de la Ribera, también dentro de la Republica de La Boca, como llaman al barrio sus vecinos.
Como si lo pintara el maestro
Pese a su pequeña extensión, Caminito es uno de los paseos preferidos por el turista que visita Buenos Aires.
A principios de siglo la calle sin salida fue un verdadero basural donde, incluso, las autoridades del momento acumulaban la basura del día que luego era transportada en camiones para rellenar otros lugares de la ciudad.
Hoy los tiempos han cambiado rotundamente y, recorriendo esta calle cortada, podemos observar una sintética pero perfecta muestra de la fisonomía típica de La Boca, sus conventillos, su chapa de barrio malevo, su gastado río y sus barcazas. Y su gente, por supuesto.
Muchos colores, mucho tango, cantinas a su alrededor y una vasta muestra de pinturas y fotografías de diferentes artistas callejeros, así como también un paseo de artesanos, son la rutina diaria de quien llega a este rincón de la ciudad.
Parejas que bailan tango y que invitan a una pieza a cambio de una foto que quedará para siempre registrada son un clásico de los días domingo, al igual que la recién sacada del horno “pizza de cancha” o la grande de “muzza y anchoas”, para seguir afirmando que La Boca es, fue y seguirá siendo Italia, por siempre.
El hoy hediondo Riachuelo y el oxidado puente Avellaneda completan el paisaje boquense a la Vuelta de Rocha, donde decenas de cafés, cantinas y restaurantes invitan a sentarse en sus sillas para eternizar el momento.
Para mirarlo. Para pensar… Para escribirlo, como lo hizo el genial Peñaloza, cuando escribió la letra del pasaje más famoso del mundo. Simplemente pensando en ella….
…desde que se fue…triste vivo yo
Caminito amigo…yo también me voy
desde que se fue…nunca más volvió
seguiré sus pasos…Caminito adiós…