Semblanzas del puerto de Mar del Plata

En el muelle se vive el trabajo arduo de los hombres de mar encargados de conseguir los pescados y mariscos codiciados.

Uno de los paseos tradicionales de quienes visitan Mar del Plata es la banquina del puerto con sus pequeñas barcas pintadas de amarillo; sus nombres aluden a sus dueños y a los santos a quienes veneran.

Al llegar a la zona donde están estacionadas las lanchas unas al lado de las otras, nos impactó el conjunto multicolor y la fajina de la tarde. Un olor persistente invadió nuestro olfato y comprendimos que provenía de los lobos marinos y de la industria pesquera que se desarrolla allí.

Hombres rudos subían cajones al hombro y guiaban los guinches para permitir que la carga más pesada llegara al muelle. Observamos sus pieles curtidas por el contacto con el aire y sol marinos y brazos musculosos acostumbrados al esfuerzo físico.

  • El conjunto multicolor

    El conjunto multicolor

  • Lobos marinos

    Lobos marinos

  • Frutos del mar

    Frutos del mar

  • A la espera del día siguiente

    A la espera del día siguiente

  • Pescadores

    Pescadores

  • Uno de los paseos tradicionales

    Uno de los paseos tradicionales

Su oficio los obliga a levantarse cuando el sol ni siquiera se vislumbra y el día termina con el regreso a puerto. Allí, una parte del producto se vende al por mayor y el resto se comercializa en puestos informales a los turistas, que aprovechan la frescura de calamares, merluzas o “anchoítas”.

“Nuestra pesca se conoce como variada costera; rastreamos la orilla del mar en la profundidad apropiada en busca del producto de acuerdo a la época del año. Lo sacamos con redes, nasas (canasto de mimbre), poteras. Las redes se tejen a mano, se rompen y se zurcen constantemente; hasta nuestras mujeres colaboran en eso”, comenta un hombre de tez curtida, de origen italiano, que lleva años en su lancha familiar. Junto a él trabajan padres, hijos y nietos, sin desconocidos.

Nuestros hijos se entretuvieron observando el juego de los lobos marinos, que buscan su comida sobre la cubierta de las lanchas. Es increíble ver cómo sus pesados cuerpos logran el impulso necesario para salvar la altura desde la superficie del agua, para luego zambullirse desde allí, casi con elegancia.

Más allá se encontraban los barcos de media altura, que se hacen a la mar con mejor tecnología y por tiempos más largos. Los barcos poteros se especializan en la captura del calamar mediante luces potentes que iluminan la superficie del agua; ello hace que el cardumen se proteja debajo del barco y los señuelos especiales los pesquen.

Prestamos atención a la gran cantidad de amuletos que los tripulantes llevaban en las naves. Por su fe católica, son afectos a las estampas de la Virgen o de su santo patrono, San Salvador. También mostraban fanatismo por Aldosivi, el mayor club de fútbol local, por medio de banderines de color verde y amarillo.

Cuando el mar se torna bravo, las pequeñas lanchas deben terminar su labor y volver a puerto. A pesar de las dificultades de esta vida, los hombres prefieren seguir la tradición familiar, apechugar los momentos difíciles y no pisar tierra firme por unas cuantas horas al día.

Cuentan con su propia Fiesta de los Pescadores, en la que se enlazan las costumbres originales de los inmigrantes italianos, la confraternidad, la religiosidad y los buenos deseos para una temporada próspera.

Nosotros compramos un abadejo para luego cocinarlo en el horno del departamento y tomamos unas cuantas fotografías para dar cuenta del momento vivido.

Autor Mónica Pons Fotografo Pablo Etchevers

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