El mirador del Aconcagua

Un camino en el que la historia y la naturaleza se dan la mano, llega hasta el punto exacto desde el cual se puede observar la inmensidad del mítico Aconcagua.

Sorprenderse con los fascinantes paisajes de Mendoza sucede a cada instante, y el camino que me condujo hacia la alta montaña no escapó a ello.
Amanecí con ganas de remolonear, pero debía estar listo bien temprano, ya que me habían advertido que el transfer de la agencia de turismo que había contratado el día anterior era muy puntual, y no quería hacer esperar al resto de los pasajeros. Fiel a lo anticipado, a las 6:45 de la mañana y con las balizas encendidas, estaba parado frente al hotel Petit, esperando que terminara de degustar la última tostada con dulce de frutilla de lo que era mi veloz desayuno.

En su interior estaba Mario, guía de la excursión, quien con la amabilidad característica de los mendocinos me ayudó a subir. Al volante aguardaba José Luis para poner primera y poder buscar al resto de las personas que nos acompañarían en la excursión.

Con el correr de los minutos fueron subiendo Miguel, Ana, Paula y los simpáticos hermanos Gastón (65) y María Eugenia (72), de origen venezolano, que visitaban por primera vez la provincia de los vinos. “Vamos a hacer el camino que hizo el Libertador de América” dijeron al unísono al subir a la Combi, haciendo alusión a la histórica odisea que llevó a cabo el Gral. Don José de San Martín para liberar de la dominación española al vecino país chileno. Era verdad, pero hasta ese momento a ninguno de los argentinos que íbamos se nos había ocurrido.

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Hacia la alta montaña

Partimos por la Ruta Nac. Nº 7 y tras recorrer 55 km nos detuvimos en Potrerillos, un lugar que permite realizar actividades tan ambiguas como el relax o la aventura. La oferta de alojamientos alterna entre completos campings, pintorescas cabañas, y cálidos hoteles.

Aprovechamos el “parate” para disfrutar de una hermosa vista panorámica del dique de Potrerillos, que está en construcción y que en el futuro ampliará la oferta para disfrutar aún más de la región.

Cordillera de los Andes, donde la imaginación popular hace jugar a los pasajeros adivinando formas reconocidas, como “el monje”, “la leona” o “la tortuga”.
Dejamos atrás el valle de Guantata, y luego de cruzar la pre-cordillera, Uspallata nos dio la bienvenida.

En esta atractiva localidad de origen militar, enclavada en un bolsón longitudinal de sesenta por veinte kilómetros, entre alamedas y arroyos como el San Alberto, se encuentran las Bóvedas, curiosas construcciones con techos en forma de cúpula del siglo XVIII.
Nos quedaba un largo recorrido por transitar así que decidimos continuar el viaje. En la zigzagueante ruta comenzaron a sucederse túneles unos tras otros, y entre risas, aplausos, más la magistral explicación de Mario sobre las zonas que íbamos recorriendo, la travesía se hizo muy amena.

Caudaloso, silencioso y omnipresente nos acompañó durante gran parte del recorrido el río Mendoza, con sus cristalinas aguas provenientes de deshielos de quién sabe qué montaña. En plena cordillera frontal, una nueva parada nos permitió apreciar lo que queda en pie del legendario puente colonial del Fortín Picheuta, donde un pelotón de avanzada al mando del Gral. Las Heras realizó el primer combate del Ejército de los Andes contra el Ejército Realista.

Reanudamos la marcha, pero esta vez no paramos hasta el centro de esquí Los Penitentes, lugar donde todos disfrutamos de la nieve de un modo sin igual. Paula y Ana aprovecharon el momento para deslizarse por la blanca ladera de la montaña haciendo “culipatín”, mientras otros se dedicaron a hacer muñecos de nieve que luego terminaron siendo los protagonistas de las tomas fotográficas.

Los Penitentes posee ocho medios de elevación y veintisiete pistas que se extienden por 60.000 m con pronunciadas pendientes que dejan totalmente exhaustos a los esquiadores que se animan a desafiarlas. Este lugar ofrece a quienes deseen quedarse, una amplia y variada gama de alojamientos, un centro comercial, restaurantes, bares, pubs y discotecas para entretenerse hasta el amanecer.

Ya en plena cordillera principal, a 2600 m.s.n.m. decidimos almorzar en uno de los comedores para turistas que se encuentran a la vera de la ruta. Aconsejo primero tomar un buen plato de sopa crema, y luego “atacar” el menú del día. Recordemos que estamos a una altura importante, donde la temperatura de montaña se hace sentir en el organismo. Por ello es aconsejable incorporar calorías al mismo.


Ackon Cahuak, el centinela de piedra

Luego nos dirigimos al Puente del Inca, una llamativa formación calcárea color ocre sobre el río Las Cuevas, que acoge aguas termales. En el año 1965, las instalaciones del hotel que las explotaba fueron arrasadas por un alud, quedando hoy sólo los vestigios. Los nativos de la zona sostienen que estas aguas poseen propiedades curativas por el alto contenido de azufre.

“Vamos para el mirador del Aconcagua”, dijo el guía y casi automáticamente obedecimos todos los presentes. Era tiempo de continuar la marcha.
De todas las maravillas que hay en la Argentina, una de las más imponentes la constituye el pico Aconcagua, que se ganó el apodo “Centinela de América” por los 6962 m que posee y que lo posicionan como la montaña más alta del continente. No menos importante es el Parque Provincial que lo protege, con la laguna Los Horcones en su interior, indicando la puerta de entrada a la reserva de 75 mil hectáreas.

Observar el Aconcagua desde el mirador me llevó a tomar conciencia de la nimiedad que representa el hombre en este mundo. Realmente impactante. Su cumbre con nieves eternas, a la espera de ser conquistada por andinistas de distintos puntos cardinales, me hizo recordar esa frase que dice que “llegar a la cima de una montaña es el mejor homenaje a la libertad que se puede brindar uno mismo”.

Un alud de nieve nos impidió llegar a la cúspide del cerro Santa Elena, donde se encuentra la estatua del Cristo Redentor, a 4200 m.s.n.m., en la frontera con Chile. Por eso decidimos, antes de emprender el retorno, llegar hasta la localidad de Las Cuevas y ver al menos el Túnel Internacional de 3300 m de extensión que atraviesa longitudinalmente la milenaria Cordillera de los Andes, esa que en algún momento de la historia no fue impedimento para que un gran hombre la cruzara junto a su ejército, con el firme objetivo de conseguir la independencia de Chile y de Perú.

Regresamos a la ciudad muy contentos por los momentos compartidos y por los inolvidables paisajes que fuimos descubriendo a lo largo de toda la jornada. Pero algo en los rostros de mis compañeros de viaje había cambiado. Era que aún poseían en el brillo de sus ojos la desafiante silueta del Aconcagua.

Autor Marcelo Sola Fotografo Marcelo Sola

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