Un aroma suave de comida casera, un espacio plácido y a la moda predisponen para una esplendida cena étnica y natural, a la luz de las velas.
El verde de las sierras, los atardeceres color pastel, la tranquilidad y el micro clima de una villa que nació para mimar a sus visitantes se sumaron a un “boca a boca” que nos hizo conocer un simpático espacio para cenar.
A pocas cuadras del centro, en un barrio residencial, abrimos la puerta del restó del apart Las Nubes y nuestro olfato nos adelantó un sabor delicioso mientras la sonrisa de Ricardo Archimaut nos recibía. Un pequeño living fue la antesala de lo que vendría.
Seguramente en la cocina ollas y sartenes estarían haciendo lo suyo. Mientras, mantuvimos una linda charla con el dueño de casa, que nos contó sus sueños de porteño mudado a este rincón puntano para dejar atrás los apuros, el mal humor y el traje con corbata. El clima, la montaña y la naturaleza lo convencieron de que era bueno proyectar algo distinto.
“Merlo es un lugar curador. Mi proyecto tiene detrás una filosofía de vida: no al estres, no a correr detrás del dinero, sí a vivir sencillo y haciendo lo que me gusta y sí a disfrutar en familia y llevar a mi hijo al colegio.”
El restaurante forma parte de un emprendimiento un poco más grande que incluye cabañas y un spa que funcionan en el mismo lugar. Enamorado de las artes culinarias, sabedor de cómo combinar sabores con especias, aprendió a cocinar sano pero gustoso a través de platos realizados con exquisitez.
A diario va al mercado local para elegir los ingredientes de sus preparaciones y de acuerdo a lo más fresco y adecuado arma sus menúes de la noche. El picante no está presente porque no es del gusto general.
No cabe duda de que si lo dejábamos conversar podríamos haber estado toda la noche paladeando un vino y recordando sabores del mundo. Rescató de sus experiencias lo que le gusta recibir como turista y ahora, como anfitrión, lo pone a disposición de sus visitantes.
“Cocinar es algo natural para mí. Sí, quizá lo familiar haya influido en mí porque mi abuelo era cocinero de campo. Lo demás fue producto de la experimentación”, nos dice este chef autodidacta. Los que residen en sus cabañas tienen la cena asegurada, ya que está incluida en el alojamiento.
Pero también se pueden realizar reservas, como en nuestro caso, para no quedar afuera de esta opción. “¿Qué hay hoy?”, es la consulta clásica por teléfono. La respuesta a nuestra inquietud fue: como entrada, cuatro sabores de la comida árabe; plato principal de pollo en trozos a los aromas; y de postre torta de manzana con helado. Y no nos defraudó: el primer plato era una excelente presentación con reminiscencias árabes: melfuf u hojas de parra con arroz y carne más condimentos; una pasta de berenjenas sobre pan casero; falafel, que es una croqueta de garbanzos, y una ensalada verde.
Mientras esperábamos el plato principal, nos dedicamos a disfrutar de la ambientación del restó con una excelente gama tonal complementada con luz tenue y música suave con “onda”. La noche era cálida y los grandes ventanales permanecían abiertos hacia el jardín, con perfume a jazmines del aire.
Llegó nuestro pollo de la cocina china, unión de jengibre, miel y salsa de soja, que resultó una delicia. Luego pasamos al postre de manzanas con helado, sencillo pero que completó el menú con la nota dulce. Como era de imaginar, la lista de vinos no se queda atrás. Marcas conocidas y alguna sorpresa “boutique” acompañaron muy bien cada plato.
Nos despedimos de Richard y le aseguramos que no sería la última vez que cenaríamos en su restó. Sumaríamos nuestro “boca a boca” para no sentirnos egoístas.