El término "Aripuca" proviene del nombre de una trampa de origen guaraní que era utilizada para capturar animales sin lastimarlos. Este proyecto de agro-eco-turismo pertenece a la familia Waidelich, quien se encargó de llevarlo a cabo reproduciendo una aripuca en tamaño gigante para ilustrar la riqueza del bosque de Misiones.
De esta manera la gente puede aprender sobre las características de los troncos que la conforman, su crecimiento aproximado y su distribución geográfica, así como su potencial y utilidad real. Se aprende además acerca de la cultura guaraní a través de un elemento autóctono que era utilizado en sus prácticas de caza.
Para interiorizarnos con esta “diferente” propuesta turística, comenzamos a recorrer el predio donde se halla enclavada. Un guía local fue nuestro anfitrión, didácticamente nos fue conduciendo por la sala de interpretación y la sala de artesanías guaraníes hasta dar con la enorme aripuca propiamente dicha.
Desde lejos comenzamos a apreciar una estructura de troncos de 17 metros de alto por 30 metros de diámetro y de 500.000 kg realizada con árboles que se encuentran en peligro de extinción. Cabe aclarar que muchos de los troncos que conforman la aripuca fueron comprados en aserraderos donde estaban a punto de convertirse en tablas. Otros se recuperaron de chacras donde habían sido tumbados por tormentas o porque ya habían cumplido su ciclo vital.
Lo cierto es que este verdadero monumento combina 28 especies de árboles autóctonos. Entre ellos se encuentran: lapacho abá, cedro misionero, timbó, palo rosa, peteribí o loro negro, azota caballo, incienso, curupa-í, marmelero, mora amarilla, guayubira, cañafístula o ibirá pitá, lapacho negro, samohú o algodonero, alecrín, guaicá, laurel, camboatá, espina de corona, anchico, sombra de toro, guatambú, grapia, quina o palo amargo, pino paraná o araucaria, ceibo misionero, sapuí o palo de canga. Los nombres de cada árbol están tallados en sus cortezas y el visitante puede subir hasta lo alto de la aripuca por unas escaleras.
Comenzamos a recorrer la gigantesca trampa y el guía nos explicó cómo era utilizada. “Adentro de la aripuca se ponía comida y al ingresar el animal a buscarla, pisaba un palito y la trampa caía en su posición original dejando a la presa atrapada sin matarla. Así caían especies que eran parte de la dieta de los nativos guaraníes como palomas, gallinas de monte y conejos” – relató el guía del lugar.
Al caminar por el interior de la aripuca impresiona ver el notable tamaño de los troncos. Transitamos por el lugar sintiendo en nuestras manos las distintas texturas de cada corteza. Los árboles desprenden un aroma singular que es posible apreciar si se acerca la nariz a ellos. Por unos instantes permanecimos inmóviles intentando recrear con la imaginación las costumbres antiguas. Sin duda, el mensaje de la Aripuca había tenido éxito, ya que nos pusimos a reflexionar sobre la selva y la necesidad imperiosa de conservarla.
De esta manera culminó nuestra visita al lugar. Nos fuimos con un sinsabor. Por un lado estábamos felices por haber conocido aquel sitio particular y por otro partimos con la necesidad de pedir protección para que generaciones futuras también puedan disfrutar de la selva misionera.
Esperemos que esta trampa guaraní se transforme en una verdadera trampa al destino que indeclinablemente está llevando a la extinción de nuestros bosques.