En las costas del golfo San Matías, dentro del área de Punta Norte de la península, la estancia San Lorenzo protege una colonia de reproducción de pingüinos de Magallanes.
Madrugar en vacaciones es una práctica que muchas veces se agradece si de conocer y disfrutar se trata. La estancia San Lorenzo, con su reserva de pingüinos y la visita al apostadero de elefantes marinos de Punta Delgada, merecía que hiciéramos el esfuerzo.
Mientras nos dirigíamos a la estancia en camioneta, nos informaron que la familia Machinea, dueña de San Lorenzo, se instaló en el área en el año 1906 con casi 5 kilómetros de costa sobre las aguas del golfo San Matías.
Durante los primeros años se dedicaron a la cría y explotación ganadera y posteriormente, desde 1918 hasta 1960, a la caza de lobos marinos de un solo pelo. Aprovechaban el cuero para la industria marroquinera y la grasa para producción de aceite de uso industrial. Después de esos años, el establecimiento se ocupó de la cría de ganado ovino y luego se orientaron hacia la divulgación educativa, científica, de conservación y turística de los recursos naturales.
De esas épocas perduran aún algunos elementos desperdigados aquí y allá, como antiguas calderas utilizadas por los loberos para transformar la grasa de los lobos marinos en aceite.
Entusiasmados por lo que habíamos escuchado durante el viaje, visitamos la pingüinera, que nos sorprendió por la cantidad de ejemplares que la pueblan. Desde agosto hasta marzo del año siguiente, todas las temporadas los pingüinos desarrollan allí su ciclo vital. Forman sus nidos, buscan pareja, se aparean y esperan a que nazcan sus pichones. Ambos progenitores se encargan por igual de alimentar a sus crías y de enseñarles lo básico para que aprendan a autovalerse en el mar.
Un sendero permite visitar la colonia de pingüinos sin incomodarlos mientras uno observa sus costumbres, sus nidos y escucha sus desafinadas voces gritonas.
Mucho se ha investigado desde que la colonia de pingüinos se instalara en Punta Norte. Crece año tras año y se garantiza la conservación de la especie, que es monitoreada por investigadores del CENPAT (Centro nacional Patagónico-CONICET) con vasta experiencia en manejo ambiental de áreas naturales protegidas.
Seguimos avanzando hacia la playa, donde un pequeño grupo de pingüinos se hacía “a la mar”. Van a refrescarse y también a alimentarse con sus comidas preferidas: calamaretes y anchoítas. Disfrutamos en esa inmensa paz donde la tierra se une al mar mientras petreles y gaviotas revoloteaban sobre nuestras cabezas demostrando quiénes son los dueños de esas playas.
Pasado y presente de un emprendimiento patagónico que perdura en el tiempo gracias al espíritu de conservación de los recursos naturales.