A La Islita por el bosque

Llegar hasta La Islita tiene el encanto de atravesar un bosque, encontrar auténticas casas de la comunidad mapuche y alcanzar la playa del lago Lácar.

La Islita es uno de los parajes más agradables y cercanos al centro de San Martín de los Andes. Entre los jóvenes ya es un clásico alcanzar la playa del Trompul y llegar caminando para pasar todo el día al sol y hasta acampar.

El punto de partida suele ser la avenida San Martín y la calle Juez del Valle; el puente sobre esta última permite pasar del otro lado del arroyo Pocahullo. Allí, sobre la izquierda, bordeando el arroyo, comienza el sendero.

Con esos datos, salimos temprano por la mañana con nuestras mochilas cargadas de ropa para bañarnos y algo de provisiones, ya que se trata de un lugar especial para realizar un picnic. Comenzamos a trepar el primer tramo del cerro Bandurrias con algo de esfuerzo, que pudimos superar con nuestro entusiasmo. Varias sendas nos confundieron pero nos dimos cuenta de que todas conducían al mismo lugar.

  • La Islita

    La Islita

  • El encanto de atravesar un bosque

    El encanto de atravesar un bosque

  • Para pasar todo el día al sol

    Para pasar todo el día al sol

  • Hasta acampar

    Hasta acampar

  • Pequeña aventura que queda para siempre en el espíritu

    Pequeña aventura que queda para siempre en el espíritu

En seguida, encontramos una tranquera que sirve de ingreso al territorio mapuche de la comunidad Curruhuinca. El recorrido atraviesa el atractivo bosque del cerro Bandurrias e hicimos una parada para descansar a la sombra.

Al costado izquierdo del camino nos desviamos unos metros por un sendero empinado para llegar al mirador natural Bandurrias. Desde allí se tiene una vista panorámica de la ciudad y de la costa del lago Lácar con su muelle y playa y las embarcaciones estacionadas. Hacia el otro lado contemplamos la inmensidad de un lago que parece no tener fin, y el paisaje montañoso en todo su esplendor.


Paso a paso por el Bandurrias

Mientras el sendero subía y bajaba bajo nuestros pies y nos internábamos en el bosque, fuimos descubriendo la magia de un lugar donde el verde de los cipreses y los robles pellín vive amalgamado con los anaranjados del amancay y otras flores del verano.

El calor se hacía sentir pero era necesario seguir caminando un poco más. Atravesamos la barrera de ingreso al sector donde los residentes mapuches nos cobraron una entrada y nos enteramos de que en algunas casas era posible comprar tortas fritas y gaseosas ofrecidos por los pobladores.

Comenzamos a descender hasta cruzar unos pequeños cursos de agua de deshielo, sabíamos que la costa estaba cerca: La Islita está a 5 kilómetros del centro.

Al llegar a la pequeña playa de arena de Trompul, el primer impulso fue dejar las mochilas, sacarnos el calzado y la ropa de abrigo y meternos en el agua que nos recibió con su frío habitual. Habíamos llegado y lo mejor estaba por venir. Nos esperaba un buen chapuzón cada vez que el calor apretara y superar los 10 metros que separan La Islita del continente tantas veces como quisiéramos.

La famosa islita es de poca dimensión y escarpada, con una sector a mayor altura que permite una buena vista del cerro Abanico sobre la costa de enfrente del lago y todo el cordón del cerro Chapelco.

En verano, todo aquel que sepa nadar debe animarse a cruzar hasta La Islita y disfrutar de esa pequeña aventura que queda para siempre en el espíritu. Es un espacio para los jóvenes que también transitan los grandes.

Autor Mónica Pons Fotografo Eduardo Epifanio

DificultadDificultad: Baja
DuraciónDuración: Medio día o día entero, dependiendo del tiempo que permanezcamos en la playa. El regreso se realiza por el mismo camino.
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