Un viaje por el corazón de la montaña. Realizamos la convencional excursión al cañón del río Atuel y aprendimos todo acerca de su formación. Visitamos el dique El Nihuil.
Hablar de San Rafael implica hablar de, entre otras atracciones, el deslumbrante cañón que forma el río Atuel en su paso. Este atractivo lugar en el que se practican muchos deportes de aventura, como el rafting, trekking y mountain bike, se encuentra a pasos de la ciudad y puede ser descubierto por cualquier turista que visite la región.
En nuestro fugaz paso por la ciudad, no quisimos perdernos de este atractivo natural. Contratamos la excursión convencional y nos dejamos llevar a través de la enigmática región de la que tanto habíamos escuchado. El cielo estaba despejado. Un sol radiante y casi nada de viento nos aseguraron que obtendríamos las mejores imágenes del lugar.
Salimos de San Rafael y dejamos atrás el parque Mariano Moreno. La joven guía que nos acompañaba nos relató parte de la historia del lugar, el cual fue colonizado a principios del 1.900 por franceses. Fuimos por la ruta provincial 143, por el distrito de Cuadro Venegas, y no tardamos en ver miles de hectáreas colmadas de árboles frutales, entre los que se destacaban los durazneros, ciruelos, vides, olivos y nogales.
El espejo del Nihuil
Luego de haber transitado unos kilómetros, notamos cómo la vegetación cambiaba, haciéndose más desértica y esteparia. Íbamos con rumbo oeste, hacia la imponente silueta de la cordillera de los Andes. En la zona de la Cuesta de los Terneros supimos que su tonalidad amarillenta se debe a la rica presencia de óxido de azufre, el color verde al óxido de cobre, mientras que el rojizo corresponde al óxido de hierro. Subimos hasta los 1.100 m.s.n.m. y frenamos en el mirador de San Francisco de Asís para apreciar la interminable vista panorámica que forma la depresión de los Huarpes.
Continuamos nuestro viaje por la gran depresión y, tras recorrer unos kilómetros, llegamos al lago Nihuil. Este espejo de agua se encuentra a 30 kilómetros de la naciente del río Atuel, tiene una superficie de 9.600 hectáreas y una profundidad aproximada de 20 metros. Nuestra guía nos explicó que Nihuil-co tiene dos acepciones en el idioma mapuche: puede significar o donde se posaban los zorzales o el rugir de los tigres. Cerca de la costa hay un pequeño poblado de nombre igual al del embalse que consta de unos 800 habitantes permanentes. Además, sobre la costa del lago, se logra apreciar muy bellas construcciones de fin de semana, construidas en distintos estilos arquitectónicos.
Aprovechamos la parada obligatoria en El Nihuil para almorzar en uno de los restaurantes del lugar y luego recorrimos las pintorescas calles del poblado. Silencioso y tranquilo, El Nihuil parece estar detenido en el tiempo. Unos niños juegan con un perro, un cartel oxidado de cinzano son algunas de las imágenes que recuerdo de nuestro paso por el lugar.
Entre suspiros y lamentos
Continuamos viaje, ahora sí para encarar al cañón del Atuel con todas las ganas. Pasamos frente a unas formaciones pétreas llamadas Garganta del Diablo y Mirador del Cacique. En este punto abandonamos la ruta pavimentada y entramos a otra más sinuosa y de ripio.
Las grandes paredes del cañón comenzaron a adquirir mayor relevancia a medida que avanzábamos. La zona que atravesamos es conocida también como “sierra pintada”, de unos 500 millones de años. La erosión del agua y el viento fue produciendo distintas formas. Dejamos despegar nuestra imaginación y, hasta jugando un poquito, fuimos encontrando distintas figuras conocidas. Las rocas del cañón son en su mayoría volcánicas, de la era del paleozoico, aunque también hay una fuerte presencia de rocas magmáticas y metamórficas. Es increíble todo lo que se puede descubrir con sólo mirar una de estas inmensas paredes. Las franjas negras, del período carbonífero, delatan cientos de sedimentos marinos.
Llegados a los 1.300 m.s.n.m., comenzamos a descender al corazón mismo del cañón. Es lo que se conoce como la Cuesta de la Costurera, un lugar donde se oyen suspiros y lamentos, dependiendo del lugar donde el pasajero se encuentre sentado en el vehículo, ya que el camino de cornisa se presenta bastante angosto.
En el transcurso del viaje fuimos cruzando las distintas represas hidroeléctricas que forman el conjunto Los Nihuiles. Cabe aclarar que está prohibido meterse en el lecho del río, entre represa y represa.
El esplendor del cañón y su río
Adelante, pasamos por el Cañadón Negro, una formación conocida como “los toboganes” y por la “paleta del pintor”, donde se destaca el óxido de azufre entre los muchos otros.
Entre las geo-formas, encontramos a la “familia de elefantes”, el “búho”, la “calavera”, la “procesión de monjas” y el atractivo “museo de cera”, entre las más destacadas.
Fuimos realizando distintas paradas para apreciar bien de cerca las grandes formaciones pétreas que forman el cañón.
Casi sin darnos cuenta, llegamos al embalse del Valle Grande, donde se encuentra otro hermoso espejo de agua de 508 hectáreas y 60 metros de profundidad, utilizado para la realización de deportes naúticos y para pesca deportiva. Como tenía su cota de agua baja, alcanzamos a ver el famoso “submarino” que se forma con rocas que se encuentran en su lecho. Relajamos nuestra vista y, una vez más, nos tomamos un tiempo para contemplar el paisaje.
Para terminar la jornada, continuamos unos kilómetros más por el desolado cañón y frenamos en una casa quinta de un lugareño para degustar sus dulces caseros.
Disfrutamos de la amabilidad y simpatía del dueño de casa. Para ese entonces ya estábamos más que agradecidos por los lindos momentos vividos.
Emprendimos el regreso a la civilización por una ruta más directa a San Rafael y, antes que desapareciera, nos despedimos de la frescura del cañón del Atuel prometiéndonos volver en otro momento y disfrutar de una salida de rafting por sus frías y cristalinas aguas.