Una villa de silencio y descanso donde conviven la historia de San Rafael y sus nuevos habitantes, que buscan reparo y tranquilidad.
Al ingresar a la villa, poco sabíamos de ella. Luego de varios minutos de caminar, sentimos una magia especial a lo largo de sus calles de tierra y sus casas bajas rodeadas de naturaleza verde.
El museo de la Villa 25 de Mayo fue el que nos dio la primera idea de sus inicios. Una breve descripción de la historia de San Rafael se desenvolvió, entonces, en esas pocas cuadras de campo.
Caminamos entre lo que quedó del fuerte, su vieja capilla católica y algunas casas de adobe, salpicadas aquí y allá. Nos dimos cuenta de que había que conocer un poco más de sus orígenes.
Fue interesante escuchar a Enriqueta Zabala, encargada de turismo del Ente Municipal, que tiene su corazón puesto en su ciudad y nos transmitió con fuerza y entusiasmo sus conocimientos. Orgullosa del pasado de la zona, fue nuestra puerta de entrada a la villa.
Nos dijo Enriqueta: “Villa 25 de Mayo es un ícono de la fundación de San Rafael. Fue el primer asentamiento colonizador de la zona”.
Siguiendo: “Allí convivieron tribus sedentarias y colonos que pretendían detener la avanzada de tribus cazadoras. Aún quedan restos del fuerte San Rafael del Diamante y su Plaza de Armas”.
Éste contenía las dependencias para las milicias, caballerizas y una armería. También, una capilla dedicada a Nuestra Señora del Carmen, que fue cambiada de lugar y llevada a su actual emplazamiento.
El ayer dice “presente”
La historia del pueblo está directamente relacionada con grandes hechos históricos y sus consecuencias. Así, un capítulo incluye el fugaz paso de los seguidores del general San Martín, que apoyaron sus movimientos de campaña en el fuerte.
Se iniciaba un pueblo pastoril, con muy ricas tierras para el cultivo, vid y frutales. En otro sector más cercano a la actual ciudad de San Rafael, se fueron instalando franceses, italianos y españoles, como consecuencia de las guerras europeas.
La presencia de la iglesia de la Virgen del Carmen merecía que le dedicáramos unos minutos. Con sus más de cien años de vida, mostraba su fachada original de paredes blancas, cúpula y campanario.
Su puerta de ingreso es original y de estilo colonial. Ingresamos y admiramos la imagen de la Virgen, que llegó de Cádiz para su primer emplazamiento. Su interior es pequeño y muy sencillo y por ello respiramos un clima especial. Sus techos son altos y soportados por grandes maderos. Tienen un especial revestimiento de cañas puestas una al lado de la otra; muestran su sencillez y hablan de un clima más bien cálido todo el año.
Los hermanos franciscanos y hermanas carmelitas han restaurado elementos que eran de la época del fuerte y algunos se exhiben, como el armonio.
La villa ha sido cuna de poetas, como Alfredo Bufano. Este lugar lo inspiró para cantarle al paisaje, a las aguas cantarinas de las cunetas, al trino del pájaro o el movimiento y chirrido de los árboles acunados por el viento.
Hoy, estando tan cerca de la ciudad, este es un lugar elegido por quienes escapan del bullicio y se dedican al arte, la escritura o simplemente a descansar de la ajetreada semana sanrafaelina.
Que la historia no se escape
Allí son famosos los festejos del 25 de Mayo y el 9 de Julio de cada año. Actos populares, visitas guiadas y los bailes tradicionales tienen lugar en la villa, con gran afluencia de locales y turistas.
El pericón nacional se baila de forma masiva . Enriqueta nos dijo: “Se espera cada año más cantidad de parejas, que ya superan el millar, para bailar esta danza con el corazón puesto en las tradiciones”.
Con ello, se replantea el sentimiento de recuperación de valores, de mirarse a los ojos, tener una mejor relación con el otro, a quien tienen enfrente.
Locro, arrope, vino casero y empanadas son las comidas típicas de esas fechas. También, su gastronomía actual permite deleitarse con su clásica carne a la masa, especie de tarta realizada en horno de barro.
Si visita la villa, no deje de preguntar por el artista plástico Raúl Landete, quien vive y tiene su atelier allí. Si pasó antes por la iglesia catedral de San Rafael, habrá admirado la gran cruz de madera pintada al óleo que preside la nave central.
También consulte por la primera bodega del sur de Mendoza, hoy La Abeja, que puede visitarse.
En ese microclima, el otoño es muy elogiado por la caída de las hojas amarillo limón o marrón dorado de sus centenarios carolinos, especie que tiene más de doscientos años.
El pueblo tiene una magia especial, como quedado en el tiempo. Sus casonas de adobe y sus costumbres están haciendo fuerza para que “la historia no se escape”.