La historia de un lugar varía según el momento en que nos situemos a contarla. Esta elección de un momento modifica protagonistas, historias e incluso lugares.
Existen sitios que en su origen tuvieron una determinada función y que la fueron cambiando radicalmente, hasta puntos impensados aun para sus creadores originarios.El primer molino harinero
Por una ley de la provincia de Entre Ríos, en el año 1873, se concedió apoyo para la construcción de un molino hidráulico harinero en la costa del arroyo El Ceibo, que circunda la ciudad de Victoria.
Fueron inmigrantes vascos y luego genoveses los que primero se instalaron en estas tierras con sus familias, las cuales venían de la vieja Europa, acosada por guerras y malarias.
En el norte de la ciudad comenzó a construirse un grupo de molinos harineros que produjero los primeros panes para este lado del río Paraná.
En 1873, luego de ser inaugurado, estos inmigrantes comenzaron a buscar entre los pobladores las manos más aptas para crear el pan con recetas traídas de la vieja Europa.
Con recetas italianas
Enseñarles a hacer el pan a pescadores, y en muchos casos analfabetos, no resultó una tarea sencilla. Con el correr de los meses, el pan fue llegando en carreta o en embarcaciones a otros puntos de la provincia, al igual que las bolsas de harina. En 1882, el molino fue vendido a los italianos Francisco Sobrero y Cayetano Depaulini, que lo cerraron como tal hasta que cambió nuevamente de dueños.
El 30 de agosto de 1899 la abadía francesa de Belloc fundó en la ciudad de Victoria la Abadía del Niño Dios y se instaló dentro de uno de estos molinos harineros. Con el lema “ora et labora” (reza y trabaja), los monjes benedictinos abrieron un colegio agrícola-industrial en uno de estos molinos.
Allí, la comunidad de la abadía desarrolló atención pastoral en la ciudad y en todo el departamento de Victoria, además de encargarse de la atención de los centros religiosos y capillas dependientes de la parroquia Nuestra Señora de Aranzazu.
Con el correr del tiempo edificaron una nueva iglesia abacial, en 1998, que hoy es visitada por cientos de turistas los fines de semana y se encuentra a sólo algunos metros del famoso molino.
Un molino de película
El viejo molino estuvo abandonado durante años hasta que fue recuperado y convertido en un hermoso y lujoso hotel, con el nombre de Complejo el Molino. Basta con entrar en él para encontrarnos en una especie de museo viviente en el que, seamos o no huéspedes, es posible abrir sus pesadas puertas y observar fotografías de épocas en que la comunicación era solo a través de buques a vapor y recién comenzaban a realizarse los caminos para unir las islas.
Hoy, este hermoso y particular hotel guiado sabiamente por Carlos o Estanislao ofrece excelentes propuestas gastronómicas con verdaderos platos gourmet, un excelente spa para relajarse y olvidar la rutina de las grandes ciudades y un hermoso Parque Gaucho, donde es posible vivir un tradicional día de campo con sulky, cabalgatas, empanadas, gauchos y pulpería incluida.
Molino, panes, monjes y ahora un hermoso hotel. Sólo hay que entrar para encontrarse con una de las historias más interesantes que tiene la hermosa ciudad de Victoria.