Paseamos por uno de los parajes serranos más espectaculares. Cruzamos gran parte del valle de Punilla y visitamos una caverna natural colmada de espeleotemas. Develamos todos los secretos y las nuevas sensaciones de practicar turismo de espeleología.
Con muchas expectativas llegué a Villa Carlos Paz. Este polo turístico de la provincia de Córdoba ofrece una interesante gama de actividades para realizar a escasos kilómetros de la ciudad. Como no tenía mucho tiempo para estar en la región, inmediatamente me contacté con un operador de turismo alternativo, de quién ya había escuchado muy buenas referencias y que se encargaría de armar un programa para disfrutar a pleno la estadía. De esta manera, quedé en manos de “Aventuras el Oso”, ansioso y expectante hasta la mañana siguiente.
“Estando en tierra de los nativos Comechingones, conocidos también como los “moradores de las cuevas”, nada mejor que recorrer las fabulosas sierras que alguna vez fueron su hogar y descubrir gran parte de la belleza escondida que posee la provincia” pensé. Sabía que las sierras de Córdoba pertenecen al sistema de las sierras pampeanas, que está formado principalmente por roca ígnea, constituida por cuarzo, feldespato y mica. Pero con seguridad, había muchas cosas más por conocer.
Por el valle de Punilla
La estanciera reformada modelo ´66 pasó a buscarme a las nueve de la mañana por el hotel Le Mirage. Una mañana fresca y despejada me auguró una jornada excepcional para la actividad que me esperaba. Dentro del vehículo estaba “el Oso” y Maxi, los dos guías de la excursión. También aguardaban Gustavo y la pequeña Julieta, que se sumaron a la aventura a último momento. Íbamos a atravesar gran parte del Valle de Punilla hasta la localidad de La Falda: las cavernas naturales de la estancia Los Sauces serían el escenario donde realizaríamos turismo de espeleología, una opción nueva en la provincia de Córdoba que atrae a varios entusiastas. Lo cierto es que descenderíamos unos 20 metros hacia las entrañas mismas de la tierra.
Desde Villa Carlos Paz, atravesamos las localidades de San Roque, Bialet Massé, Santa María de Punilla, Cosquín y Valle Hermoso hasta La Falda. Los bordes del camino no estaban bien delimitados y no había buena señalización. Para nuestra suerte, contábamos con la implacable habilidad de “el Oso” al volante, cosa que nos tranquilizó y nos dejó disfrutar del paisaje que se presentaba ante nuestra vista. Sobre las sierras, colmadas de molles, orcos quebracho y chañares, sobrevolaban aves como jotes, reina moras, cabecitas negras y chingolos.
El buen humor de los participantes, más la elocuencia de “el Oso”, hizo que rápidamente nos olvidáramos de la oficina, la computadora y los vencimientos. Intenté averiguar por todos los medios el nombre de este personaje de un metro ochenta y cinco de altura, de cabeza rapada, de cuarenta y tantos años, cordobés por adopción -ya que en realidad es de Bariloche y, harto del frío, buscó su lugar de vida en esta nueva latitud- pero no hubo caso. Para todos era “el Oso” y nadie supo, ni sabrá su verdadero nombre.
Las cavernas perdidas
Continuamos viaje. Transitamos por la pampa de Olae, cruzamos el río Grande de Punilla, ubicado en la zona de Piedras Grandes y, casi sin darnos cuenta, llegamos a la zona de acción. Nos aguardaban Sebastián Ceballos, dueño de la estancia Los Sauces, y el reconocido espeleólogo cordobés Mario Mora, cosa que me alegró porque la excursión prometía tener una exclusiva charla con el especialista en cuevas.
La región que estaba visitando había sido explotada diez años atrás por una compañía que extraía piedra caliza. Mientras dinamitaban la zona, los obreros empezaron a notar que, a medida que las explosiones avanzaban, aparecían huecos dentro de la montaña.
Confundidos, informaron al gobierno de la provincia. De esta manera, se hizo contacto con espeleólogos de la región, quienes dictaminaron que se trataba de una conformación de cavernas. Inmediatamente, se detuvo la explotación y las tierras fueron adquiridas por Sebastián, que recientemente decidió incursionar en la explotación turística de las cuevas por medio del turismo de espeleología. En la actualidad, se organizan excursiones en las que, además de recorrer los distintos rincones de las cavernas, se da una completa charla geológica sobre la conformación de esos enormes “huecos” subterráneos.
En el interior de la cueva
Luego de repartirnos los cascos, linternas y overalls comenzamos a ingresar a la cueva. Al principio, la sensación de encierro fue un tanto abrumadora, pero con el pasar de los minutos me fui adaptando al espacio reducido. Me sentía como el profesor Lidenbrock de la novela de ciencia ficción “Viaje al centro de la Tierra” de Julio Verne. Una temperatura de 17º C nos cobijó en el corazón de la caverna. No apto para cardíacos, ni personas que sufren claustrofobia, puedo asegurar que es una experiencia alucinante. Ideal para aventureros y para quienes buscan nuevos desafíos.
Transitamos por distintas salas como “la llave”, “la lenteja”, “el tajo” y “la sala VIP”, entre otras. A medida que descendíamos, los espeleotemas eran cada vez más impresionantes. Estas formaciones, semejantes al coral en apariencia, están compuestas por piedra aragonita. Sobre las puntas de cada formación, observamos gotas de agua que, a través del proceso de precipitación, formaron los espeleotemas. Nuestro guía nos pidió especial cuidado de no tocarlas, para no interrumpir este delicado proceso.
Esta formación se debe a la penetración del agua por los cortes que hay en la misma montaña. El agua arrastra un ácido proveniente de las plantas de la superficie que reacciona sobre la piedra acelerando el proceso de erosión. Debido a lluvias intensas, el agua trabajó a presión dentro de las cavernas dando lugar a abundantes formaciones de espirales” nos explicó Mario Mora.
Transitamos por todos los sectores de la caverna y perdimos la noción del tiempo y del espacio. Luego de tres intensas horas, durante las cuales el asombro, la aventura y la acción fueron una constante, salimos de la inmensa cueva por un sitio diferente al que ingresamos. Una experiencia inolvidable y recomendable para quienes buscan nuevas sensaciones.
Nuestro día terminó en la casa de Sebastián, ubicada a escasos kilómetros de la cueva, disfrutando de unos buenos mates, degustando unas sabrosas torta fritas hechas en el acto y rememorando los vivido, mientras observábamos las imágenes a través de la cámara digital.