Mirar hacia arriba en una ciudad donde todo transcurre en forma horizontal no es perder el tiempo. Un vasto espectáculo arquitectónico espera desde hace años la mirada de quienes todos los días caminan sin levantar la vista.
Y vale la pena mirar
Las cúpulas fueron sinónimo de una época de opulencia donde la arquitectura era una forma de hermanarse con Dios e intentar para siempre perdurar entre los hombres. La mayoría no lo logró, sin embargo, las que aún quedan en pie dan cuenta del glamour que supo vestir a coquetos edificios y majestuosas casas de las primeras familias ricas que tuvo el país.
Buenos Aires tuvo esos tiempos y hoy quizá los tenga de otra forma. Basta con mirar para arriba y descubrir verdaderos tesoros que se concentran en su mayor parte en el centro de la ciudad y en sus alrededores.
Una gran mayoría se encuentra en los alrededores del Congreso y a lo largo de la francesa Avenida de Mayo, al igual que en el microcentro y en la zona de Tribunales.
Entre las que más llaman la atención de los transeúntes y visitantes, se destaca la cúpula del Congreso, enorme y de un color verde esmeralda que la hace visible aún desde la avenida 9 de Julio. Enfrente, la vieja Confitería Del Molino deja ver sus aspas entre las avenidas Rivadavia y Callao.
Antes de entrar en la Avenida de Mayo, una enorme cúpula de color negro sobresale en la angosta Rivadavia, deja ver una punta de espada que pareciera querer clavar el cielo o al menos se conforma con pincharlo.
Caminando hacia Plaza de Mayo, la hermosa Av. de Mayo deja ver el enorme edificio de “La Inmobiliaria” que guarda dos enormes cúpulas en sus extremos, una sobre la calle Sáenz Peña y otra sobre la calle San José.
Una cuadra después puede apreciarse el inigualable Barolo, una verdadera joya arquitectónica que invita a apreciar sus infinitos balcones durante varios minutos, horas incluso, y que muestra a las claras la magnitud y la elegancia con que se encontraban impregnadas las construcciones del siglo XIX. Su hermano gemelo descansa en la ciudad uruguaya de Montevideo.
La idea de acercarse a Dios a través de las distintas obras artísticas, incluida la arquitectura, no pasó por alto en Buenos Aires.
La influencia altamente europea de la arquitectura de estas cúpulas, más las necesidades de clase de la burguesía local del siglo XIX de parecerse a las altas clases europeas, logró contratar y traer a América a los grandes maestros y artesanos de la construcción.
Así fue que las clases dominantes argentinas comenzaron a coronar sus grandes edificios con cúpulas, que en principio eran pensadas como palomares y que luego adquirieron vida propia porque multiplicaban el valor de las propiedades, además de adosarles un status de familia adinerada que no se poseía si no se tenía “cúpula”.
Así pensaban los porteños de entonces, o algunos de ellos.
Distintos hoteles cuyos dueños eran inmigrantes adoptaron la moda y, así, el fenómeno comenzó a hacerse masivo. Invertir en ellas era asegurarse un status de huésped que significaba nivel y eso era lo que buscaban muchos de los propietarios de estos verdaderos palacios que provenían, por supuesto, de los países más adinerados de Europa.
Luego de cruzar la peatonal Florida, puede apreciarse la cúpula del diario La Prensa, donde hoy funciona la Casa de la Cultura. Allí, además de una arquitectura majestuosa, es posible apreciar niños tocando campanas, otra de las distinciones que comenzaban a tener los edificios de la ciudad y que se repiten a lo largo de los alrededores de la Plaza de Mayo con niños, mujeres y hombres, además de decenas de estatuas que imitan a Miguel Ángel.
Siguiendo hasta la Plaza de Mayo pueden observarse las gigantescas columnas del Banco de la Nación Argentina y sus enormes cúpulas verdes, que todas las tardes posan su sombra sobre la famosa Casa Rosada que, si bien no cuenta con ellas, sobresale por los distintos motivos que pueden observarse mirando en lo alto de sus paredes.
De diversos estilos, entre los que sobresalen el árabe, el español y el ruso, las cúpulas han soportado el paso de los años, tormentas, lluvias e interminables veranos y desde tiempos inmemoriales han sido testigos privilegiados de la historia argentina.
Hoy ellas están allí. Inmunes a todo, viejas o recicladas. Llenas de palomas con quienes comparten los días y miran desde allí arriba nuestro andar cotidiano. Vale la pena mirarlas y empezar a descubrirlas por su nombre y edad.