Detrás de sus puertas se esconden maravillosas historias que esperan a ser descubiertas. En el barrio de San Telmo, el Museo Histórico Nacional es uno de los más representativos de la capital. Hogar de todos los acontecimientos de la Argentina, en él también se detallan historias de la época precolombina y anécdotas de los años de la colonia.
El Museo Histórico Nacional (MHN) es único en su tipo. Ubicado en uno de los barrios más característicos de la tradición porteña, sintetiza no solo los años que corresponden a la historia argentina como tal, sino que también se cuenta acerca de lo que sucedía en los tiempos de las colonias españolas e, incluso, en las primeras poblaciones aborígenes.
El establecimiento tiene una historia aparte. El propietario de esas tierras, José Gregorio de Lezama, decidió a mediados del siglo XIX construir un parque privado y una residencia con los últimos lujos de la época. Sin embargo, una vez fallecido, su esposa consideró que lo mejor sería vender esos terrenos al gobierno de la ciudad, con la condición de que sirvieran como espacios públicos. Es por eso que desde principios del 1900 el parque fue nombrado en homenaje al otrora propietario y su mansión fue remodelada para servir como museo.
Ubicado en el punto más alto del hoy Parque Lezama, el MHN es un reflejo perfecto de la arquitectura antigua. Los jardines de su entrada se conservan impecables y allí descansan numerosas figuras de hierro y de bronce, tales como viejas campanas y cañones de batalla. También se mantiene idéntica la Puerta de los Leones, cuya finalidad es conectar dichos jardines con los alrededores del parque.
Una vez dentro, el mayor protagonista es el silencio. Los visitantes pueden recorrer libremente el establecimiento e, incluso, pueden reingresar para participar de las visitas guiadas. La primera sección es sumamente interesante, ya que describe los orígenes de las poblaciones aborígenes en el territorio argentino. Son innumerables las distintas tribus, como también los mapas que describen sus ubicaciones y sus desplazamientos a lo largo del tiempo. También hay grandes vasijas de barro y rústicas armas de caza, lo cual evidencia la precariedad con que se manejaban esas sociedades.
Ya en la segunda sección estamos en la época de la colonia. Las imágenes cobran una tonalidad religiosa muy remarcada. Abundan las obras de arte, pero también hay grandes variedades de vestimentas, muebles, artefactos de tortura y artículos de lujo, como relicarios y joyas.
Más adelante, el camino se divide. Son múltiples las salas que se encargan de albergar los vestigios de la Revolución de Mayo y de la posterior Nación Argentina. El auditorio es el salón más atractivo de todos estos. De techos altos e iluminados, la habitación cuenta con dos bloques de sillas que miran hacia la tarima central. Además, las paredes están cubiertas, casi en su totalidad, por cuatro pinturas imponentes, que retratan en su mayoría la Campaña del Desierto que llevó a cabo Julio Argentino Roca a finales del siglo XIX.
Las últimas dos salas del paseo están dedicadas al prócer más grande de la historia argentina. El Libertador de América, José de San Martín, se hace presente. Hay muchos uniformes de batalla en el pasillo final de la visita, como también retratos de él y cartas escritas por sus colegas, como la del mismísimo Simón Bolívar.
La anteúltima sala es la que guarda el tesoro por excelencia del museo. Al final de un largo pasillo, rodeado de innumerables fusiles y espadas de reconocidos combatientes de la Independencia, descansa el sable curvo de San Martín. Custodiada por un gendarme, el arma se encuentra intacta y deslumbrante; emana un intenso fulgor patriótico, tal como la rica historia de este país.