A diferencia del teatro o el cine, al espectáculo de títeres le faltan pretensiones. A pesar de contar con una tradición que abarca siglos y recorre el planeta entero, los títeres parecen no tener un verdadero espacio en el mundo de hoy.
En la Argentina, tuvieron que escapar a la que fue la casa de nacimiento de una de las pioneras del movimiento titiritero nacional para que podamos tener el Museo Argentino del Títere.
Hilos, manos y otras cosas
A dos cuadras de la Av. Independencia, en San Telmo, en una esquina gris como la de tantas construcciones tradicionales del barrio, un cartel nos invita a pasar. Dentro, en vitrinas, se siguen un títere tras otro.
Enormes muñecos de madera manejados con ganchos de metal. Pequeños animales de goma espuma que se mueven con los dedos. Figuras articuladas hechas con papel maché y cartón que manos invisibles controlan a través de hilos. Animales y esqueletos. Monstruos y caballeros. Cantantes de tango, gallinas, maharajaes. Las técnicas parecen infinitas y los materiales, también.
Detrás de cada títere que cada uno de nosotros alguna vez vio en un pequeño retablo, detrás de las cortinas, contra un fondo oscuro, hay un arte honesto y sencillo que parece haber florecido en todos los países del mundo. Detrás de este museo están las manos de dos mujeres que supieron dedicarle sus vidas a este arte.
Dos personas, cuatro manos, una visión
Hay algo especial en esas paredes: una vocación que dio origen, vio nacer y sostiene el museo. Cuando entramos, una mujer nos saludó con una sonrisa que nos llegó directo: Sarah Bianchi, directora actual del museo y una de las dos mujeres que lo crearon.
El Museo Argentino del Títere nació en 1983 y durante años existió y acumuló patrimonio sin tener una sede. Recién en 1996 se abrió en su sede actual, pocos años después de la muerte de su co-fundadora: Mane Bernardo. Una misma casa vio nacer a esta pionera de los títeres en la Argentina y la obra que culminaba el esfuerzo de su vida: el museo.
Hoy este sueño sigue vivo, no solo como espacio de exhibición de títeres de todo el mundo, como biblioteca especializada para interesados e investigadores, como lugar para exhibiciones temporarios, con talleres y actividades, sino como una sala en la que se montan constantemente obras para grandes y chicos.
Un lugar como este parecería imposible sin la pasión de quienes, a pesar de todas las contrariedades, creyeron que su visión valía la pena. Los años pasaron y el museo fue creciendo. Cualquier día el visitante puede acercarse y encontrar junto a la puerta a una mujer que, sencilla y como salida de un cuento, atiende con una sonrisa a aquel que por un rato quiera vivir entre títeres.