Las amplias arcadas y los enormes ventanales le dan al puente cultural un aire imponente que se acrecienta cuando lo vemos de noche, aún desde lejos.
El antiguo puente Uruguay sobre el río San Antonio cuenta con dos apoyos en tierra y tres patas en el agua, como otros que permiten sortear el principal afluente del lago San Roque. Pero desde hace poco dejó de ser un simple paso carretero para convertirse en un nuevo atractivo para Carlos Paz.
Data de la década del ´40 del siglo pasado y se construyó para unir ambas orillas de la ciudad y el resto del valle de Punilla. A partir de un proyecto compartido por la provincia y la municipalidad, ha sido transformado, modernizado y se le han agregado detalles que lo distinguen de los demás.
Los autos siguen circulando por su carril superior; la galería multipropósito se ubica por debajo y a ello se le suma un paso peatonal al que se accede por escaleras laterales. Una oficina de turismo ayuda a los visitantes a tener un punto más de referencia dentro de esta ciudad turística por excelencia.
Decididos a conocer su interior, trepamos las escalinatas e ingresamos a su extenso corredor con piso de cerámica brillante que reluce ante la gran cantidad de luz que ingresa por los ventanales laterales.
Sentíamos que nos deslizabamos con liviandad por ese pasillo enteramente blanco. Enormes paneles nos entregaron una muestra de imágenes digitales de gran tamaño de dos fotógrafos locales. Un sector de amplios sillones nos invitó a sentarnos y contemplar el conjunto. En esos espacios grandes y con luz natural, las obras se lucían al máximo. Habíamos dejado afuera el calor de la tarde cordobesa y, contrariamente a lo que pensábamos, imperaba el silencio
En uno de sus extremos encontramos la oficina de turismo y supimos algo más sobre las actividades de ese paseo cultural. “Las exposiciones son rotativas y multidisciplinarias. Está abierto al público en un horario extenso, todos los días del año. Las entidades de bien público puedan realizar charlas o desfiles con sólo gestionarlo”, nos explicó la recepcionista.
Realmente nos pareció un manera excelente de pasar de un lugar a otro de la ciudad y disfrutar de un momento artístico. El paisaje se complementa con el inicio de la costanera y una pequeña laguna río arriba con áreas de césped y grandes piedras en la costa.
A la noche, nos ubicamos en la costanera dispuestos a disfrutar del espectáculo de luces y música que nos habían anunciado. A medida que iban cambiando las tonalidades de los reflectores, se veían reflejadas en el agua del río.
La luna cuarto creciente y el dibujo del puente se duplicaban en el río, que no tenía ni un movimiento. Pequeñas estrofas de música argentina iniciaron el espectáculo musical. Se destacaban los violines, charangos, sicus e hicieron acallar los sonidos de los autos. Aires folclóricos de zamba y malambo se adueñaron de nuestros sentidos y nos hicieron mover los pies no demasiado diestros para esas danzas. Se hizo presente el tango y, para finalizar, algunos acordes del himno nacional argentino.
Todo fue emoción en esa continuación de luces que viraban de color y nos daban un marco espléndido para nuestro paseo de una noche de verano en el cual no habíamos invertido dinero.