Una cómoda pasarela nos conduce a un paseo distinto, en el que los cinco sentidos se disponen para no perderse nada.
Hasta ese día, el bosque de arrayanes de la Península de Quetrihué era sólo un misterio que algún día conoceríamos y disfrutaríamos, algo así como una materia pendiente. Por eso, estar esperando en Puerto Pañuelo para iniciar el paseo soñado nos despertaba fascinación.
Puerto Pañuelo era el lugar emblemático para dar comienzo a la navegación a bordo del más moderno catamarán que surca las aguas del lago Nahuel Huapí: el Cau Cau, que en idioma mapuche significa "gaviota grande" o "cocinera". Blanco, con una línea armónica y motores potentes que lo asemejan a un transatlántico, increíblemente, esta embarcación atraca con la suavidad de una moto de agua.
Deslizándonos por las aguas frías
Ya en medio del lago, todo es placer y la inmensidad del paisaje toma presencia. Mientras navegamos, casi no percibimos que estamos cambiando de provincia: el lago Nahuel Huapi es compartido por las provincias de Río Negro al sur y de Neuquén al norte.
Mientras la navegación continúa, divisamos algunas islas menores y lentamente nos acercamos al destino elegido. Es tiempo de saber que ingresaremos en el Parque Nacional Arrayanes, por lo que nuestras ansias comienzan a prepararse para el asombro.
El ingreso al bosque de arrayanes nos impacta por distintos motivos: por el color canela, casi rojizo intenso, por el porte de los ejemplares que vemos al llegar y, finalmente, por esa sombra y humedad que brinda el entorno. Todo es orden: pasarelas impecables de muy fácil acceso con escalones para salvar las diferentes alturas nos llevan a través de este bosque de más de 250 años de antigüedad.
Los arrayanes son una especie arbórea de la familia de las mirtáceas que necesita la cercanía del agua para desarrollarse y vivir. Aquí se da ese factor. Su corteza es fría y se descascara con facilidad, y la naturaleza se encarga de volverla a vestir en forma continuada. Sus flores se parecen a las del azahar.
Sentimos necesidad de acariciarlos y con algo de recelo acercamos nuestra mano a una de ellos: nos devuelven una suavidad similar a la de la piel humana.
En treinta minutos recorremos los 800 metros de pasarelas y miradores disfrutando de aquellos rincones donde el sol hizo grandes esfuerzos para ingresar en la compacta red de ramas y hojas entrelazadas.
Bambi y Disney
Caminando por el lugar, observamos una antigua casa de madera, convertida ahora en confitería, que fue construida a mediados del siglo pasado y se dice que sirvió de inspiración al cineasta Walt Disney para sus primeros filmes sobre animales del bosque.
En la navegación de regreso, las gaviotas que siguen la embarcación pasan a tener un papel preponderante. Ansiosas por comer lo que se les ofrece, aletean sobre nuestras cabezas.
La expectativa se cumple y sólo nos resta dejar volar la imaginación hacia el año 1939, cuando la Modesta Victoria, primera embarcación que navegó el Nahuel Huapí, hacía el recorrido desde el puerto Pañuelo hasta la ciudad de San Carlos de Bariloche. Aún no se había previsto la carretera que hoy orillea el lago Nahuel Huapí. Dicen que los invitados del recién inaugurado Hotel Llao Llao y los pobladores de la región agitaban sus pañuelos para que la embarcación los recogiera. De allí el nombre del puerto.
Para seguir con el rito, agitamos nuestro pañuelo para decir adiós a este día perfecto, como lo hacían los viejos pobladores del también viejo siglo pasado.