Una experiencia única para quienes se atrevan a caminar sobre los hielos de un glaciar y entrar en su corazón azul.
El sol salía sobre el cerro Tronador y nos dispusimos a realizar una travesía al glaciar Castaño Overo. Habíamos pasado la noche en el refugio Otto Meiling, a 2.000 m.s.n.m., y ahora, frente a los tres picos del Tronador, estábamos listos para la aventura.
Llegar hasta el refugio había sido un paseo digno de describirse. Nuestro recorrido comenzó la mañana del día anterior, cuando bien temprano un trasporte especializado nos pasó a buscar por el Club Andino para llevarnos hasta Pampa Linda, en la base del cerro Tronador. Durante dos horas avanzamos por la ruta 258 hasta el lago Mascardi y seguimos por un camino de ripio.
Después de almorzar en Pampa Linda, comenzamos el ascenso al refugio. Con un trekking de nivel medio, cruzamos bosques y tramos de roca hasta llegar, a media tarde, a nuestro destino. Habían sido cuatro horas y media de caminata, ahora nos quedaba esperar el nuevo día.
A pesar de lo interesante del recorrido, todo aquello no había sido más que para alcanzar el lugar desde el que saldría la verdadera excursión. Acompañados por un guía profesional de la AAGM, emprenderíamos el camino hacia el glaciar Castaña Overa, un lugar único que ofrece alternativas aptas para todos los niveles.
A las nueve de la mañana estábamos listos para salir: ya habíamos tomado un buen desayuno y habíamos preparado, con la ayuda de los guías, todas las herramientas, como el arnés, los guantes, el casco, las piquetas largas y cortas, las botas rígidas y los crampones.
Durante unos 45 minutos, pudimos avanzar sin ayuda de los crampones y cuando fueron necesarios, los guías nos ayudaron a colocarlos. Es una sensación extraña tener que caminar levantando mucho los pies, con pisada ancha.
La entrada al glaciar es una experiencia incomparable. Abajo, alcanzábamos a ver Pampa Linda, sobre nosotros se alzaba el Tronador. Pronto pudimos distinguir los seracs (bloques se hielo que se mueven), que debíamos evitar.
Seguimos avanzando entre las grietas de un azul profundo. En un momento, los guías, teniendo en cuenta el nivel de cada participante, comenzaron a decirnos en cuál grieta podíamos entrar. Puede parecer peligroso, pero no hay que tener miedo, los equipos están preparados para este tipo de actividades. Los más experimentados descendían por grietas de casi 90 grados, mientras que los principiantes bajaban por pendientes menos pronunciadas.
Al volver a subir (otro momento indescriptible), nos estaban esperando arriba con una taza de té. Sentados sobre el hielo mismo tomamos la infusión. Finalmente, tras varias horas de estar viviendo el hielo, emprendimos la vuelta hacia el refugio, cansados pero a la vez fascinados por nuestra expedición.