La celebración por los 200 años de la patria fue una verdadera fiesta popular como nunca se había visto. Más allá de las banderas políticas e ideológicas de cada ciudadano, fue la bandera nacional, más celeste y blanca que nunca, la que ganó las calles de todo el país y capturó la atención de los 42 millones de habitantes de la Argentina.
El sentimiento de nacionalismo atrajo a todas las generaciones por una misma causa: festejar los primeros doscientos años de nuestra historia, en la que no faltaron aciertos y errores, como sucede siempre en la vida de las personas, de los países, de los procesos históricos.
Las tecnologías modernas (cámaras fotográficas digitales, teléfonos celulares y otras formas de registrar lo que pasa) que incorporamos hoy en nuestra vida de manera natural permitieron captar escenas, situaciones y momentos imborrables que quedarán guardados en nuestra memoria.
Los festejos del Bicentenario tuvieron lugar no sólo en Buenos Aires, sino también en cada una de las ciudades y localidades de nuestro bello país. Y su repertorio incluyó homenajes, desfiles, invitados especiales, danzas y espectáculos de músicos y artistas populares, y exhibiciones que invitaron al recuerdo popular y a la nostalgia colectiva.
Oficialmente, la semana inolvidable comenzó el día 21 de mayo de 2010 y fue con un homenaje al rock nacional y a sus artistas más destacados con lo que se dio apertura a los festejos.
Al otro día, la 9 de Julio, la avenida más ancha del mundo y la más importante del país, fue el escenario del desfile de las instituciones tradicionales, a las que se sumaron las delegaciones de las provincias argentinas con sus atuendos típicos y sus propios representantes.
El tercer día tuvo como protagonistas las distintas colectividades, que con sus vestimentas típicas y todo su colorido ratificaron su protagonismo en Argentina exaltando los valores de la diversidad y la fraternidad. Para cerrar el día, el tango y el folklore se encargaron con sus artistas más representativos de deleitar a los presentes con música y baile.
El 24 de mayo, la avenida 9 de Julio se convirtió en una gran pista de automóviles y motocicletas antiguas y clásicas, que bajo el lema "200 autos argentinos para 200 años de la Patria" lograron convocar a cientos de miles de fanáticos para escuchar el rugir de los motores.
El fútbol, otro de los gustos populares de los argentinos, no faltó a la cita. Antes de que Argentina partiese rumbo al Mundial de Sudáfrica 2010, tuvo lugar el partido Argentina-Canadá en la cancha del club River Plate.
El famoso Teatro Colón fue reinaugurado esa misma noche, esperando la llegada del Bicentenario. Luego de haber estado cerrado por casi 4 años, abrió sus puertas y salió a la calle mostrando su perfecta música, ballet y un espectáculo de luces y sonidos increíbles sobre su arquitectónica fachada, mientras que a sólo cien metros, al pie del Obelisco, la Orquesta Sinfónica Nacional también deleitaba los oídos de cada uno de los presentes.
Cuando el reloj marcó la medianoche y el nacimiento del día 25, en todos los rincones del país y en cada uno de sus hogares comenzó a entonarse el Himno Nacional Argentino, que desde la provincia de San Juan fue trasmitido al mundo en la formación rocosa conocida como el Valle de la Luna, anunciando la llegada del tan esperado Bicentenario.
El tradicional Te Deum y una exhibición del TC en la 9 de Julio, otra de las pasiones argentinas, lograron despertar la atención de millares de porteños que se movilizaron libremente (el transporte público funcionó de manera gratuita) para llegar hasta el centro de la ciudad.
Buenos Aires estaba de fiesta, albergó una multitud que flameaba sus banderas y escarapelas celeste y blanca, y que buscaba lugar para vivir lo que sería un espectáculo de vanguardia y sin precedentes.
El imponente desfile organizado por el grupo de teatro experimental Fuerza Bruta y dirigido por Diqui James incluyó carrozas, barcos y gigantescas escenografías, que formaron parte de un despliegue escenográfico imponente. En 19 escenas y con más de 2.000 actores, contó los momentos más significativos de nuestros doscientos años de historia.
El cantante rosarino Fito Páez y su himno "Dale alegría a mi corazón", que fue coreado por millones de argentinos, fue el encargado de cerrar la fiesta y el cuarto día de festejos, que quedarían marcados para siempre en nuestra memoria.
La alegría fue la gran protagonista pero también hubo pasión, memoria, nostalgia, algarabía, autocrítica, incertidumbre sobre quiénes somos. El festejo logró hacernos sentir iguales unos a otros pensando en nuestra historia, en nuestro presente y tratando de encontrar una respuesta para nuestro futuro, tantas veces incierto.
Se celebró con una madurez pocas veces vista en nuestro pueblo y eso es bueno, invita a pensar que hay futuro, que la tolerancia puede ser el camino para solucionar las diferencias.
Y se celebró con esperanza, por sobre todo. Pensando que si somos capaces de estar unidos para el mismo festejo nacionalista, también debemos estarlo para solucionar los problemas que se presenten y para disfrutar unidos los logros que supimos y sabremos conseguir, como dice nuestro bello Himno Nacional.
¡Vamos, Argentina! ¡Lo mejor está por venir! Bienvenidos todos a este hermoso país, al nuestro.